La Eucaristía, compartir el pan con Jesús / P Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión



 Hoy sigue habiendo hambre en el mundo. Y no estoy pensando en el hambre espiritual de que tanto se habla. Ciertamente hay muchas personas desorientadas, perdidas en el desamor, en la violencia, encerradas en sí mismas, agotadas por las dificultades. Pero es que, además de todo eso, en nuestro mundo hay todavía hambre real, estómagos vacíos o que no saben lo que es llenarse del todo. Muchas de nuestras parroquias siguen repartiendo comida a gente que no tiene recursos para comprarla. Eso no sucede solamente en África o en Asia. Eso sucede en los países más industrializados y ricos. En eso que se llama pomposamente “democracias avanzadas”. 

      Por eso, el pan, alimento básico en muchas culturas, es un auténtico sacramento de la vida. El pan y el vino de las culturas mediterráneas, el pan y los peces del Evangelio. Para los que tienen hambre el alimento es la urgencia más absoluta de todas. Todo lo demás puede esperar. Pero el hambre y la sed es necesario satisfacerlas ya mismo. En muchos países se proclaman leyes para atender muchas otras necesidades: desde el respeto a los animals. Está bien. Todo eso está bien. Pero no podemos olvidar esas urgencias básicas que siguen llamando a nuestra puerta. El hambre y el pan como elemento básico que sacia ese hambre, como signo-sacramento de la vida. Sin él no hay acceso a la vida. Sin él no hay esperanza. 

      La Eucaristía es el sacramento del pan, el sacramento de la vida compartida. La Eucaristía es un sacramento lleno de fuerza que nos recuerda nuestra elemental y básica dependencia del alimento. Sin alimento no hay vida. Sin alimento nos llega la muerte. En torno al alimento la familia humana crece, la relación se establece. Compartir el pan ha significado siempre compartir la vida, la amistad, el cariño. Invitar a alguien a nuestra casa significa invitarle a tomar algo, darle de comer. 

      Hoy y cada día es Jesús el que nos invita a comer con él y con los hermanos –no hay que olvidar ninguna de las dos dimensiones: con él y con los hermanos, no se da una sin la otra–. Al comer con él, reconocemos nuestra necesidad básica de pan. Al comer con él, nos hacemos de su familia, nuestra fraternidad se reafirma. Al comer con él, su palabra nos llega, con su pan, más hondo al corazón. Al comer con él, podemos soñar que nuestro mundo dividido y roto, se reconcilia y que la humanidad es una sola familia. Al comer con él, nuestro sueño se hace un poco realidad. Al comer con él, tomamos fuerzas para seguir caminando, para seguir comprometidos al servicio del Evangelio, para seguir amando, curando, ayudando y compartiendo. Y, sobre todo, dando de comer a los hambrientos.

Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.

Quienes comemos el Cuerpo de Cristo debemos sentirnos llamados a dar de comer. Y hemos de hacerlo como Jesús nos enseñó: dándonos, entregándonos, por amor, como Él nos amó. Sin miedos, sin excusas. Dios siempre provee.

Dios puso el placer para incentivar la necesidad de comer para vivir. Así, el Pan de Vida es gozo para cuantos lo comemos. Preparemos, presentemos el banquete, llamemos a los invitados, sentémonos con traje de fiesta y gocemos con el Señor. (O)

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