Las enseñanzas espirituales / Kléver Silva Zaldumbide
Desde tiempos antiguos los maestros espirituales de todas las tradiciones han señalado al ahora como la llave de entrada a la paz espiritual, estar tan absoluta y tan completamente presente que ningún problema, ningún sufrimiento pueda sobrevivir en nosotros. Que el sufrimiento necesita tiempo y no puede sobrevivir en el ahora. Meister Eckhart, el maestro espiritual del siglo XIII, lo sintetizó maravillosamente diciendo: “El tiempo es lo que impide que la luz llegue a nosotros”. De ahí la importancia de romper el viejo patrón de negarnos el presente, retiremos la atención al pasado y al futuro cuando no los necesitamos. Toda la negatividad es causada por la acumulación del tiempo psicológico y por la negación del presente. La incomodidad, la ansiedad, el estrés, la preocupación –todas las formas de miedo- son causadas por exceso de futuro. La culpa, las lamentaciones, el resentimiento, las quejas, la tristeza, la amargura y todas las formas de falta de perdón son causadas por exceso de pasado.
Cuando estamos llenos de problemas, no hay espacio para algo nuevo, no hay lugar para las soluciones, es el tiempo psicológico enfermizo que juega entre el pasado y el futuro. Si algunas cosas del pasado no salieron como nosotros queríamos, nos resistimos contra lo que ocurrió en este pasado y ahora nos estamos resistiendo a lo que es. La esperanza es lo que nos sostiene y nos mantiene en marcha, pero, a veces, nos mantiene muy concentrados en el futuro y este enfoque continuo perpetúa nuestra negación y por tanto prolonga o peor aún perenniza nuestro sentimiento infelicidad.
Si permitimos que en nuestra mente aparezca un falso ser llamado ego, como sustituto de nuestro verdadero yo, se arraigará en nuestro interior, nos convertirá como Jesús lo expresa en “Una rama separada de la vid”. Las necesidades del ego son infinitas, nos hace vulnerables y amenazados y por lo tanto vivimos en un estado de miedo, de carencia e inconformidad, este ego siempre está buscando algo de donde agarrarse para sostenerse y fortalecer su ilusorio sentido de identidad, y se aferrará con gusto a nuestras vanidades. Por eso, para tantas personas, una gran parte de su sentido de sí mismas está íntimamente conectado con sus problemas. Una vez que esto ha ocurrido, lo último que quieren es liberarse de ellos, eso significa una pérdida de identidad, pudiendo haber una gran inversión inconsciente del ego en el dolor y el sufrimiento. El ego quiere tener razón, cree que su existencia depende de ser mejor que los otros, se esfuerza no sólo por tener más cosas, sino porque éstas sean más caras, busca acaparar todas las formas posibles de placer, nunca se satisface y vive en un inagotable sentido de competencia.
A la mayoría se nos hace difícil de creer que es posible un estado de conciencia totalmente libre de negatividad, pese a que ese es el estado al que apuntan todas las enseñanzas espirituales. La espiritualidad que irradia paz hacia uno mismo y hacia los demás, que no se deja dominar por las posesiones y que puede desprenderse de ellas fácilmente promoviendo tranquilidad interior, pasando por alto todas las necesidades omnipresentes del ego, está dispuesto a ser quien lleve nuestras riendas. La cuestión no es cómo acabar con uno a favor de otro, sino como subyugar esa parte que nos hace vivir en un constante torbellino y que nunca nos deja disfrutar de la paz. Es donde la ira mezquina se transforma en un sentimiento de nobleza y comprensión, simplemente con un cambio de percepción, siguiendo la luz que abre las puertas de nuestro corazón, apreciando y ejercitando bondad con humanidad. (O)