Lecturas dominicales /P. Hugo Cisneros
Esto os mando: Qué os améis los unos a los otros
Leyendo a Juan 15,9-17 nos encontramos ante el mandato fundamental de Jesús: «esto os mando que os améis los unos a los otros.»
Un mandamiento revolucionario
Pocas veces nos hemos detenido a considerar el «mandato del Señor» de amarnos los unos a los otros en su alcance «revolucionario». El amor que manda Jesús es en verdad nuevo, transformador y es el que inaugura en la vida de los seguidores, una nueva época que bíblicamente fue llamada «los últimos tiempos». El amor que manda Dios y que Cristo ratifica como mandato suyo, recupera la grandiosidad del hombre, pues lo caracteriza y lo hace distinto a los demás seres de la naturaleza. Para todo hombre de todo tiempo, amar es cuestión de «ser o no ser». Qué gran mandato es el de Jesús, que de su cumplimiento o no, depende el bienestar de toda la humanidad. La convivencia humana arranca del amor, construye el amor, alimenta el amor y da frutos de amor. Pero la realidad es otra: hemos destruido el amor no queremos amar, preferimos sufrir la falta del amor antes que sufrir las normales molestias que provienen del sacrificio que exige el amor.
El amor cristiano
El amor cristiano es un «sentimiento encarnado» en la intimidad honda del corazón del hombre. Es un sentimiento que naciendo de Dios (2″. Lect. ), se encarna y se hace humano en el corazón del hombre, sentimiento que lo impulsa y lo capacita a «querer bien a todos» sin distinción, con ternura, hasta querer bien al enemigo. Por eso el amor cristiano es tierno, respetuoso, es íntegro. Qué necesario resulta tener un corazón simple y pobre, sin ataduras, sin condicionamiento. Qué necesario es tener un corazón limpio sin egoísmos, sin malas intenciones, sin envidias (Cf. lCo 13, 1ss). El amor cristiano es de tal manera un sentimiento «divino encarnado» que es dejar que Cristo ame a los otros desde nuestro corazón.
Cuando el hombre acepta la iniciativa de Dios de «conocernos”, decir de entrar en «intimidad mutua», entonces comienza a amar y se convierte en sacramento viviente del amor de Dios ante sus semejantes y hermanos.
El amor es un sacramento que genera vida a tal punto que si no ama «está muerto”(1Jn).
Somos sacramento del amor que al brindar ese sentimiento al otro vamos construyendo una comunidad de amigos, una comunidad de hermanos que comparten la intimidad de la confianza, de la solidaridad, de la entrega (Evangelio). Somos sacramento de amor hasta dejar de ser siervos y esclavos y convertirnos en amigos íntimos del Señor.
Cuando amamos somos sacramento de la expresión más noble del amor cristiano: dar la vida por el que se ama, es un dar sin reservas, sin esperar recompensas, es un dar íntegro por el simple hecho de “querer bien al otro”.
Cuando amamos nos convertimos en el sacramento vivo de la alegría plena que genera el amor. “Un amor triste es un triste amor”. Nosotros que amamos, somos aquellos que vamos sembrando la satisfacción de amar y ser amados; sentimos que no “nos falta nada”porque el amor es pleno; somos aquellos que al amar no nos empobrecemos en ese sentimiento; al contrario, mientras más amamos, más somos y más tenemos, como Jesús que precisamente cuando entregaba su vida por amor, la recobraba con plenitud.
Porque el amor que nos da Jesús y nos manda observar es un sentimiento que se encarna en nuestro corazón; porque nosotros al amar nos convertimos en sacramentos vivos del amor divino que nuestro corazón entrega a los demás “queriendo bien a todos”, demos gracias a Dios y alabémoslo con cantos y plegarias “gritando, vitoreando…cantando cánticos nuevos porque ha hecho maravillas” (Sal 97)