LA DICOTOMÍA DE VIVIR AL LÍMITE
Bailar con dios y con el diablo, no necesariamente se inscribe como una nueva forma de mover el esqueleto, por más inesperada, desestresante e interesante que suene la música. Su práctica, podría advertirse más bien, como una muestra de acomodo corporal y espiritual que rebasa fronteras y desconoce limitaciones.
El bolerista, sin duda disfrutará de su desplazamiento cadencioso y suave en tan solo una baldosa y el rockero, lo hará al tiempo de ensayar movimientos discordantes y abruptos para desplegar su melena y evaporar el volátil humo que le acompaña.
Pero en política, dos pies izquierdos jamás harán un derecho, menos aun cuando la apuesta no supera la insuficiencia y se mantiene en el mal reparto y la mala voluntad. De la misma manera que, comunicacionalmente hablando: “tanguear”, “joropear”, “cumbanchar” o “bachatear” no permitirá al ensayista, profesional, periodista, o iluminado, incorporarse en la definición de los Grammy, ni ser considerado finalista y peor galardonado.
Los desgastes políticos y ciudadanos van a la par, pesan por partida doble y duelen… hasta en el buen humor y en la sed de nostalgia. Desde mi esquina, no alcanzo a divisar las diferencias y las mezquindades, tal como suele ocurrir a muchos miles de ciudadanos de a pie, según el argot superlativo de la social expresión.
De hecho, menciones y señalamientos, tanto como entrevistas y referencias tienen la virtud de exponenciar o sepultar a individuos. Más todavía a exfuncionarios o servidores públicos y privados que, encuentran en aquellas, el espacio urgente para asomar la cara, extralimitarse en un consejo y ocultar vergüenzas.
“Guerras pasadas, guerras condecoradas” solía reiterar con especial énfasis y oportunidad un eximio profesor de la Universidad, más tarde compañero de labores y amigo que -desde su ausencia- aún nos hace volver la mirada a esa sentencia. Y no es para menos, cuando el descaro hace presa fácil de la opinión y termina por confundir vanidad con supervivencia.
En esos casos, tener un sueño tranquilo no es sinónimo de conciencia en paz, porque las responsabilidades humanas superan los desenlaces si se parte por reconocer la oportunidad de escogencia y el conocimiento interpersonal de larga data.
Y en otros, tampoco es liberalmente potable pincelar emblemas y ajustar himnos; mucho menos, ocultar decentes tradiciones citadinas, por el prurito de mostrarse en la orilla diferente para que no le saquen del grupo.
La representación que se tuvo o que se ostenta, no es un regalo ad infinitum y de mal gusto, sino apenas un encargo temporalmente supremo para testimoniar grandeza y hombría de bien.
Indispensable honrar la palabra y afianzar la dignidad.
GUETANI…//