Los inmorales nos han igualado / Kléver Silva Zaldumbide
Quizás en el presente más que en el ayer la sociedad está llegando a ser tan plenamente consciente de su propia mentira, de su hipocresía, de la rotunda falsedad de sus propios cimientos constituyentes de la llamada honestidad, justicia y amor al prójimo. Vivimos una época donde reina la confusión y una amoralidad germinante. La imposibilidad de ver en función de país de los pseudo-elegidos para reglar la nación, nos hace presenciar un “juego complejo de ajedrez”, donde las fichas se mueven al compás de los intereses de poder, de cálculos para un futuro dominio político-económico. Nunca se había sentido tanto como hoy la necesidad de creer en algo, en alguien, pero la humanidad pese a un superior “progreso” se muestra cada vez más inferior y primitivo sin poder renacer ni regenerarse. A saltos y caídas no declina su tendencia a la posesión enfermiza, encubierta en una magra ilusión de “mejorar su porvenir” y su “futuro” en un pseudo-progreso. El pueblo impotente, siempre ha estado, con humildad que raya la sumisión, observando durante casi toda su vida Republicana este sainete, conduciéndole a una sensación de que el suelo sobre el cual estamos apoyados, se disuelve, cede ante nuestros pies y tan sólo queda la nada. Esto nos conlleva al angustioso sentimiento repetitivo de que hemos sido engañados, de que no podemos creer en nadie y de que nuestra sociedad se va disociando cada vez más.
Sólo nos inspira consuelo escuchar, con renovadora energía, las verdades plasmadas en versos que describen lo que parece estar esclerotizado, rígido e inmutable en el hombre, casi como una norma, como si fuera su naturaleza: la insensatez, el atropello, el irrespeto, el robo y el “ventajismo”. Considerado casi como el himno nacional de la corrupción del referente intelectual, como lo califico Ernesto Sábato, al cautivador dramaturgo, compositor de tempranera muerte, escritor de teatro, actor, director, guionista de cine y autor del tango Cambalache, Enrique Santos Discépolo que en 1934 ya cantaba así: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también, que siempre ha habido choros, maquiavelos (el fin justifica los medios…para el mal) y estafados, contentos y amargados, valores y dublé, Pero que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcados en un merengue y en un mismo lodo todos manoseados. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o generoso estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor¡¡Los inmorales nos han igualado! ¡Da lo mismo que sea cura, politiquero, cara dura o polizón! ¡Qué falta de respeto, que atropello a la razón, cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón! ¡Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches (trueque malicioso de poco valor) se ha mezclado la vida y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia junto a un calefón. ¡Dale no más, dale que va…a nadie le importa si naciste honrado! Si es lo mismo el que labora día y noche como buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura y está fuera de la ley” … Discépolo al denunciar, mediante este tango cambalache, la siniestra realidad, intentó, más que querer ser el protagonista de «bajarse» a limpiar esta cloaca, al menos alertarnos o convocarnos para ver si podemos, un poquito, transformar este mundo observando que es un lugar donde se han mezclado todas las cosas, entre lo que sirve y no, donde un sinvergüenza con dinero mal habido es un «honorable» No necesitamos pasar de pobres a ricos sin esfuerzo, corruptos y con osadía explotadora. (O)
Medicina Integrativa Oriental