Una generación de soñadores / Gabriel Morales Villagómez
Los años ochenta fueron mágicos: la música, las dictaduras, el modernismo, los cambios tecnológicos, el fin de la guerra fría, las crisis políticas y sociales hicieron de nosotros, en esa época, jóvenes soñadores, revolucionarios luchadores por las causas más nobles; seres humanos de una sensibilidad profunda. Había la influencia de grandes escritores y pensadores latinoamericanos como García Márquez, Vargas Llosa, Borges y otros.
Las luchas cotidianas estaban preñadas de utopía, de expectativas dramáticas de cambio. La clase media buscaba arrebatarle espacios a la “burguesía” con signos de rebelión y demandas de transformación radical, bajo la inspiración de la revolución cubana, el socialismo de Allende y la lucha Sandinista.
Se hablaba de un cambio social y político mediante la vía armada. Una revolución que para que sea digna, debía enfrentar la represión. Era una sociedad propensa a ser desgarrada a cambio de no ser sometida a las injusticias y a los atropellos de los dictadores. No había cabida para el desamparo, la zozobra o la agonía. Los luchadores sociales estaban ideológicamente convencidos y debían actuar con lucidez y valentía.
¿Quién no fue vislumbrado por la utopía revolucionaria de luchar por una mejor sociedad?
Las arengas: “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!” las gritábamos jubilosos, aunque nos cueste la cárcel, los golpes o los destierros, en nombre de una causa que consideramos sublime, la Patria.
Era una juventud rebosante de rebeldía y libertad, se soñaba con una Patria justa, ideales que de alguna forma encontraban su cauce en la ola socialista de izquierda, que repuntó en el país y en Latinoamérica, atizada por hábiles militantes y activistas criollos (chinos, albaneses o cabezones).
La música “protesta” iba de la voz de Víctor Jara, Carlos Puebla, Ángel y Violeta Parra, Quilapayun, Intillimani, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa y otros cantautores que nos estremecían hasta las fibras más íntimas del corazón: “Comandante Che Guevara; “Venceremos”; “El pueblo unido jamás será vencido”; “A desalambrar”; “La segunda independencia”; “Martillo fusil y canto”; “Playa girón” y muchos poemas más convertidos en canción.
Ahora, después de tantos años de mentiras, de corrupción y de socavamiento de la democracia y de sus pueblos, nos da vergüenza referirnos a Fidel Castro, a Daniel Ortega, a Hugo Chávez o a Rafael Correa, como revolucionarios o referentes de la lucha socialista; gobernantes demagogos que han llevado a sus pueblos a la pobreza extrema, a la violencia y a la pérdida de las libertades individuales.
Indigna escucharlos gritar consignas, como “Patria o muerte” o entonar las canciones de Víctor Jara, evocar a Eloy Alfaro, a Bolívar, a Martí o al Che, mientras han usurpado todos los poderes del Estado, han perseguido a quienes no piensan igual, han socapado la corrupción y la impunidad, pero eso sí, ellos, su “buró político” y sus familias “han asegurado el futuro” con dinero robado, viviendo como reyes en mansiones revolucionarias y sacando el dinero mal habido a paraísos fiscales.C
Con el pasar de los años hemos evolucionado y disuadidos por la historia, nos vamos dando cuenta que todo el romanticismo revolucionario fue un proceso histórico malogrado, denigrado por caudillos y dictadores inescrupulosos que se sirvieron y se sirven de la “utopía revolucionaria” para su propio bien, el de sus familiares y el de sus amigos. (O)