La desesperación correísta / Mario Fernando Barona
Los correístas están desesperados. Y en medio de la desesperación, si no se actúa con calma y sensatez, se pueden cometer errores que más tarde podrán salir muy caros, pero es lo que ellos menos han hecho, tal como constataremos a continuación. Y la verdad, entiendo su desesperación, porque alguien acorralado por el acoso diario de nuevos casos de escandalosa corrupción; el karma de sus camaradas y compañeros presos, varios de ellos altos exfuncionarios prófugos; señalados, por si fuera poco, por media humanidad como oportunistas, sinvergüenzas y ladronzuelos; y lo que es más, auditados por una justicia independiente que va desnudando y poniendo en horma cada uno de los abusos y tropelías cometidas durante la década robada, sí, en verdad que es entendible estar desesperados.
Pero como he dicho, si producto de la desesperación no piensan antes de actuar -o de hablar- y dejan, como lo están haciendo, que la emoción se interponga a la razón, perderán lo poco que aún conservan. Me refiero en particular a las reacciones que han venido teniendo a lo largo de un año en las que literalmente gritan de ira e impotencia.
Recuerdo, por ejemplo, cuando el CPCCS transitorio iba a defenestrar a los vocales del anterior Consejo correísta, Soledad Buendía, asambleísta de esa misma tendencia y a la vez esposa de uno de los vocales, perdió los estribos en una rueda de prensa improvisada en la que iracunda a morir sacó los ojos y con su dedo señalando la cámara advirtió que eso era un “atropello” (seguramente ella sabía de lo que hablaba). O recién en estos días cuando asambleístas del correísmo y morenismo impidieron la moción de cambio del orden del día para tratar el pedido de levantar la inmunidad al expresidente Correa, no se dio paso y en seguida la reacción furibunda de Marcela Aguiñaga fue regresar a ver a María José Carrión e insultarla (no sé, en señal de triunfo, supongo). Otro también último, se ve y se escucha en un video a una desconocida Gabriela Rivadeneira en las afueras de la AN que insulta y golpea a la fuerza pública, por lo que es ella y sus acompañantes repelidos con gas pimienta. Y finalmente los pocos trolls que aún quedan, amenazan en las redes sociales con guerra y muerte si tocan a Correa.
Todo esto, supongo, es consecuencia de la impotencia que deben sentir al ya no ejercer poder, no obstante, aclaro que no entra aquí el máximo líder del correísmo porque él no necesita sentir la ausencia de poder para agredir e insultar, de hecho lo sigue haciendo ahora, como siendo consecuente con su genio y figura; Rafael Correa con poder o sin poder siempre cree tener la razón y siempre está equivocado. En otras palabras, no ha cambiado, sin embargo, lo que sí es notorio es algo que lo delata de cuerpo entero y que ahonda su ya escasa credibilidad: también está desesperado. (O)