Capacidad competitiva / Jaime Guevara Sánchez
Los marchantes comunes, no profesionales de la economía leemos opiniones de los expertos sobre competitividad y terminamos haciéndonos bolas cuadradas. El razonamiento popular representa puntos respetables.
Si tenemos una empresa y queremos que nuestro producto sea competitivo, debe tener calidad superior y costo menor que el del competidor doméstico y foráneo. Caso contrario, propios y extraños nos comerán vivos.
Para lograr esa meta hay que tecnificar la empresa, automatizarla, para elaborar un producto excelente con menos mano de obra, menos costo. O, si no está tecnificada, exigir mayor rendimiento del personal. O, pagar salarios inferiores que permitan bajar costos.
Sin embargo, la realidad de los mercados contradice esa perfección. China abarrota el mundo con artículos de baja calidad. Si la calidad y el costo es lo que hace a un producto competitivo ¿cómo logra China inundar el mundo con su baja calidad? Se dice que cuando el consumidor se da cuenta de este detalle, deja de comprar mercancías chinas. Si y no. La baja calidad no ha obligado a China reducir su producción. La competitividad China está fundamentada, precisamente, en el bajo costo de su producción, dirigida a los miles de millones de pobres que ‘moran’ en los suburbios de la tierra.
Todos los vericuetos de la competitividad desembocan en el ser humano. El que tiene dinero compra calidad representada por marcas. Asunto peliagudo si se considera que las mejores marcas de Estados Unidos, por ejemplo, son elaboradas en Taiwán, Malasia, etcétera, por su bajo costo de mano de obra que redunda en ganancias superiores. A las empresas gringas –ubicadas en EU-, les importa un bledo despedir trabajadores y cerrar sus puertas. ¿Es esto moral, ético?… La teoría de Darwin aplicada a los seres humanos. Imaginemos el mundo ideal del año 2100, en el que todos los países han logrado máxima tecnología y calidad.
La competitividad se concentrará en el precio. El economista E.F.Schumacher dice: “A la calidad A-1 seguirá la guerra de precios por ganancias ilimitadas. Guerra que sembrará muertos y heridos en el camino.” (Lo Pequeño es Hermoso. Pág. 301)
A los marchantes comunes, de hoy, nos queda un consuelo ingenuo: Para el año 2100 ya no estaremos aquí… Estaremos compitiendo con los gusanos y con Satanás. (O)