Bolívar en la visión de Juan Montalvo /Lic. Mario Mora Nieto
Bolívar había consagrado toda su vida a la libertad de su patria y al bienestar de sus semejantes. Había sacrificado su fortuna, sus comodidades, su tranquilidad.
Prefirió, según lo afirma Antonio Arráis, “Las oscuras malandanzas de una vida dura, áspera, hostil, en persecución de un ideal que parecía inalcanzable. Prefirió la lucha cruel, las zozobras sin descanso, los padecimientos de una vida azarosa, las inclemencias del sol, del hambre, de las persecuciones y del exilio. Prefirió todos los horrores de la guerra, todas las durezas de la ingratitud. En recompensa a su vida generosa no tuvo sino el odio, la mezquindad, la envidia, el insulto, la execración.
Llamáronle tirano, déspota, monstruo; decretaron su ostracismo y atentaron contra su vida.
Enfermo, cansado, envejecido, entristecido hondamente en lo más delicado de sus sentimientos y en lo más noble de sus ideales, se reclinó en silencio, recogiéndose sobre sí mismo, se sustrajo a aquella humildad ingrata que tan punzantes heridas le causaba y se fue a morir”. Hecho que ocurrió en San Pedro Alejandrino, el 17 de diciembre de 1830, a la 1 de la tarde, según lo certifica el doctor Alejandro Próspero Revérend.
Según la autopsia efectuada ese mismo día, a las 4 de la tarde: “fue fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto S.E. el libertador era en su principio un “catarro pulmonar”, que habiendo sido descuidado, pasó al estado crónico y consecutivamente degeneró en tuberculosis.
Pero, según sus biógrafos, las afecciones morales vivas y punzantes que tanto afligían el alma del general, contribuyeron poderosamente a acelerar su enfermedad, lo que hizo infructuoso los socorros de la medicina.
En su última proclama emitida en la misma Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Martha, el 10 de diciembre de 1830, una semana antes de su muerte, el libertador, entre otras cosas expresa:
“Colombianos, mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Ese fue el gran héroe que admiró don Juan Montalvo. En su obra “Siete Tratados”, en “Los héroes de la emancipación de la raza Hispanoamericana”, al referirse a Bolívar, expresa “Dios está en todo hombre que nazca al mundo con destino digno de su creador; la libertad es digna de él; él es libre por excelencia; la libertad es bella, verdadera, santa, y por lo mismo tres veces digna de Dios”.
…”Bolívar tiene conciencia de su gran destino; hierven en su pecho mil aspiraciones a cual más justa y noble… la libertad era su Dios vivo después del Todopoderoso, a ella rendía su grande alma…”
“Bolívar es astro bienhechor que destruye con su fuego a los tiranos, e infunde vida a los pueblos”.
“Al ser hombres libres y revolucionarios todos somos hijos de Bolívar, libertador y fundador de la república. No podemos matarle sin merecer el castigo de los parricidas”.
Al igual que Bolívar, Montalvo siempre rindió culto a aquella diosa inmortal: la libertad. Por eso sufrió por eso padeció hasta el extremo. Como pago de su amor a la libertad siempre vivió perseguido soportando injusticias, amarguras, soledad. Pero jamás claudicó. Jamás se quebrantó su espíritu en su afán de conseguir libertad para su pueblo.
Sólo se calmó con la muerte. (O)