Tres Temas / Hernán Castillo C.
Sentirse dueño del reino de este mundo, proclamarse amo absoluto en todos los órdenes, empinarse en lo alto del más alto de los estamentos celestiales –vaya imaginación- para luego –hoy- palpar el crudo revés del autobombo intensivo para solo morder el polvo de la catarsis realista, solo es el contraste entre el ser y no ser, más bien a la inversa, y entonces decirse perseguido político o cualquier cosa; sí, es la viviente contradicción del matoncito de barrio porteño devenido, porque así es la vida, en primera autoridad del país del olvido y luego perseguido insalvable de sus propios miedos ya inmanejables.
Hoy es un sujeto tembloroso a las puertas de un inframundo inventado por él, aunque del costado de las leyes le venga como realismo trágico. Esta vez no bastarán los insultos y alaridos de vulgaridades a granel; no serán suficientes.
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Masaya es un nombre que sonó en 1979 por el heroísmo de sus habitantes, lo mismo que Matagalpa, Estelí o Managua. Entonces su gente luchó hasta el extremo de ponderación contra la dictadura de los Somoza que habían detentado el poder por décadas y tenían a Nicaragua como propiedad “familiar” bajo opresión sangrienta. Estos meses de 2018, el nombre de Masaya vuelve a tomar vigencia asociada al crimen oficial en respaldo a la dictadura de otro opresor tan sanguinario como el anterior; lo sorprendente es que Daniel Ortega fue combatiente ejemplar en la guerra de 1979, y ahora el mismo Ortega asume el oprobio de la opresión tras la traición a su pueblo heroico.
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Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA en Perú, entró en la Embajada de Colombia en Lima y solo salió de allí luego de tres años (su asilo fue entre 1951 y 1954) durante la dictadura de Odría. Ese era el asilo diplomático más largo registrado hasta que Julián Assange entró –por invitación- en la Embajada de Ecuador en Londres y allí permanece luego de seis años; entró como australiano y ahora resulta ecuatoriano (Assange ni siquiera conoce Ecuador) por obra y gracia de la Canciller Espinosa, no obstante el asilado haber hablado despectivamente de nuestro país en la misma sede que lo acogió. La serial de dislates sucesivos protagonizados por este sujeto altamente incómodo para los intereses nacionales, debe ya tener un final donde primen los intereses ecuatorianos y no los personales de quien debe enfrentar a las justicias británica y estadounidense, asuntos de los que Ecuador es ajeno. (O)