Intercambio afectivo / Kléver Silva Zaldumbide
La característica más humana del “yo” es una de las principales fuentes de aprendizaje y se aprende al convivir en comunidad, relacionándonos con los demás (efecto de “mirarse al espejo”). El intercambio afectivo se convierte entonces en la esencia básica de la comunicación humana. A más de proveernos gratificación y placer, es el principal responsable del proceso de humanización.
En el intercambio afectivo, la información viaja de emisor a perceptor, el cual decodifica, traduce e interpreta de acuerdo con sus propios intereses, valores y necesidades. Pero ocasionalmente existe interferencias de acuerdo a experiencias previas depositadas en la memoria, en donde está condensada la historia personal y particular de las experiencias únicas e irreproducibles de nuestras vidas, el enorme cúmulo de información genética y social, es nuestro “yo”. Este auto esquema guía y organiza la relación con el mundo y con nosotros mismos.
Aunque la genética nos provee de herramientas para facilitar el intercambio afectivo, la mayoría de nuestros comportamientos son aprendidos. Si las vivencias familiares, interpersonales, sexuales, laborales, conyugales, almacenadas en la memoria son negativas (abandono, maltrato, presenciar crisis conyugales, etc.) la interferencia será limitante y disfuncional, la persona se mostrará rígida, envidiosa, pesimista e insegura. Si al contrario el contenido de la información almacenada es positiva, estable y optimista, el sujeto es seguro, flexible y mentalmente sano.
En la mayoría de situaciones sociales interpersonales la relación se constituye sobre una base de imágenes, prejuicios, primeras impresiones, conveniencias e intereses particulares, muy rara vez nos damos la posibilidad de conocernos limpia y transparentemente, es decir sin evaluación alguna. El verdadero contacto afectivo implica “limpiar” la mente de contenidos distorsionadores y valoraciones destructivas, reduciendo a la mínima expresión las interferencias negativas. Dicen que “El amor se lee sin haber aprendido a leer”, no sólo se expresa hablando sino gesticulando, mirando, actuando, cantando, sonriendo, acariciando, mordiendo, besando, haciendo precisamente el amor. Pero los malos aprendizajes y las absurdas atrofias culturales, la propia inseguridad frente a la posibilidad del rechazo, el machismo social, la búsqueda de aprobación y demás bloqueos han impedido que el intercambio afectivo sea natural, espontáneo y agradable. Un bueno y balanceado intercambio afectivo es cuando el dar y recibir se han equilibrado.
A veces los desequilibrios se acomodan como si dos cojos compartieran la misma pierna buena, estos “acuerdos” son frágiles y generarán, indefectiblemente, conflictos futuros, son cadáveres afectivos. Colocamos barreras, obstáculos, y demarcaciones rigurosas para escudar nuestras debilidades.
El dolor provocado por heridas emocionales acumuladas inventa necesidades de apego al sufrimiento, posesión, envidia y frustración. Como dice Anthony de Melo: “La vida no es problemática, la mente humana es la que crea los problemas”. El aprendizaje social sigue, al menos, tres principios básicos: La recompensa física o verbal (premios, elogios); la imitación (el niño hace más lo que ve hacer que lo que se le dice que haga) y la compensación (si el ambiente afectivo es inestable y no es sincero, se intentará compensar ese pasado provocando conflictos de adaptación). La combinación de estos principios define nuestra manera de ser en la vida. (O)