Realidad de los ilegales / Jaime Guevara Sánchez
Manuel estudiaba ingeniería cuando un revés financiero truncó el proyecto trazado.
Entonces se lanzó a la aventura de inmigrar a Estados Unidos por la ruta ilegal de desiertos y montañas; peripecia recorrida por tantos desesperados en cruzar la frontera y trabajar en haciendas por un salario diez veces más alto que en Ecuador.
Manuel explica: «Después de estafas de dinero y travesía salvaje, lo que encontré fue algo terrible, cruel. Los hacendados estadounidenses nos trataron como animales. Alojados en cobertizos inferiores a los establos de caballos. Abusos verbales de los capataces. Trabajo de sol a sol todos los días del año, excepto el 4 de julio. No se nos permitía salir de la hacienda… No hay un solo gringo trabajando como peón agrícola.»
A Manuel no le pagaron el salario legal, ni sobretiempos, porque hay ilegales por montones. Quienes se atrevían a quejarse eran devueltos al otro lado de la frontera. Tampoco es solución abandonar las haciendas en busca de otro tipo de trabajo por el terror de la ilegalidad. Empresas agrícolas norteamericanas emplean a más de un millón de hombres y mujeres para mantener el nivel de producción de alimentos para consumo del país y un superávit para la exportación. De acuerdo con el Departamento de Agricultura la mitad de esos trabajadores son inmigrantes ilegales.
Aunque la ley de inmigración contempla la cuota de visas para trabajadores agrícolas extranjeros, el trámite es demorado y costoso. Los hacendados eluden el requisito y lo remplazan con la mano de obra de los parias ilegales.
Los políticos del congreso estadounidenses también juegan su papel «político». Los representantes de la Cámara Baja, elegidos por el pueblo, rehúyen discutir enmiendas pertinentes a los trabajadores agrícolas. Hay dos razones políticas y económicas: Elevar el salario de los peones para que los gringos desocupados se interesen en trabajar en la agricultura seria agravar la contracción de la economía de E.U. Aprobar la entrada de peones extranjeros en número superior a la cuota actual le haría perder votos en las próximas elecciones.
Una cosa es el cuento, otra muy diferente es la experiencia personal. Manuel seca sus ojos: «Por qué no luchar en la propia tierra. Luchar por desarroIlar fuentes de trabajo en nuestro país; en este paraíso terrenal nuestro… Ojalá se torne realidad aquel dicho sabio: No hay mal que dure cien años.» (O)