La epidemia del siglo XXI / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

 

 

El miedo es ese temor a algo específico que todos lo hemos sentido muchas veces y que tiene repercusión física como taquicardia, hipertensión, sudoración, nerviosismo, tensión muscular, dolores de cabeza, sensación de opresión en el pecho y miles de síntomas más. En circunstancias de miedo extremo se suele dice “me orinaba del miedo” y es que eso y traspirar eran reacciones posibles porque era una de las formas históricas en la evolución del ser humano y de cualquier otro mamífero de ahuyentar generando mal olor. Se cree que en el estrés agudo la piloerección (cuando los pelos se paran) era porque, hace más de 4 millones de años, se paraban los pelos para parecer más grande y se requería asustar al otro, eso nos quedaría como un rezago de nuestra biología ancestral que todavía perdura.

Todo esto tiene que ver con una parte del cerebro que tiene un área en forma de almendra ubicada en la porción frontal del lóbulo temporal y que se llama amígdala que viene del griego que quiere decir avellana. Se trata de un elemento clave para la supervivencia, debido a que su principal función es integrar las emociones con los patrones de respuesta correspondientes a éstas, provocando una respuesta a nivel fisiológico o la preparación de una respuesta conductual. Es, pues, el principal núcleo de control de las emociones y sentimientos en el cerebro controlando asimismo las respuestas de satisfacción o miedo. Sus conexiones no solo producen una reacción emocional, sino que debido a su vinculación con el lóbulo frontal también permite la inhibición de conductas. Participa en el aprendizaje emocional asociativo y condicionado. Además de al proceso de aprendizaje, la amígdala también afecta a la estructuración de recuerdos, permite que se preserve un cierto recuerdo emocional de una situación, por lo cual es posible, por ejemplo, que se tenga mucho miedo a los perros (memoria emocional) sin recordar por qué ocurrió esto (debido al estrés que se sufrió en un evento traumático con un perro, ese recuerdo «narrativo» de lo que ocurrió no se ha conservado). Es parte de la regulación de la conducta sexual. También se encuentra vinculada a la agresividad. Tiene además influencia en la percepción de la saciación. Gestiona con gran precisión la emisión o inhibición de respuestas emocionales tanto a nivel consciente como inconsciente, participa tanto en emociones positivas como las reacciones de alegría o felicidad como en la gestión del miedo y la reacción lucha-huida.

Una de las funciones fundamentales de la amígdala es el hecho de que sea pieza clave de la supervivencia es la gestión del miedo. Pero por su conexión con el lóbulo frontal que además de pensar, se imagina, podemos tener tanto el miedo que aparece cuando hay una razón clara, ciertamente razonable, un miedo por algo real, cuanto un miedo fantasma, que no existe por definición pero que nuestra mente imagina, como un miedo anticipatorio y que, si es sostenido en el tiempo y sin objeto específico, nos generará ansiedad.

La ansiedad es un proceso normal, el tema es que empieza a ser patológico cuando ya resulta disruptivo con la actividad cotidiana. Establecer un cuadro de ansiedad ya importante no es tan simple. ¿Será tan simple como tomar un recetario y recetar generosamente ansiolíticos? Será mejor tender a una atención multidisciplinaria con los profesionales especializados, para con una buena investigación clínica y psico-emocional, determinar su uso o no, en vez de egoístamente por intereses o por “miedo a perder el paciente” no le ofrecemos a éste una probable solución. (O)

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