La vocación fundamental del hombre / P. Hugo Cisneros
Leonardo Boff tiene algunos escritos que traducen la riqueza de su inteligencia y de su corazón. Entre sus obras encontramos una que me parece muy decidora en cuanto se refiere al problema vocacional del hombre. El libro se titula «El destino del hombre y del mundo».
En esta semana que la iglesia de nuestra diócesis ha querido dedicar su reflexión y su oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas quiero compartir algunas conclusiones que saco de la lectura del antedicho libro de Leonardo Boff.
Mucho se habla en el interior de nuestra Iglesia, de «crisis vocacional» y es verdad. A nadie nos pasa desapercibido la carencia de vocaciones para el servicio del evangelio en el sacerdocio ministerial o en la vida religiosa. Diremos que las diversas opciones de consagración han perdido su gran atractivo y su fuerza originaria. Muchos entendidos han buscado las razones profundas que expliquen la crisis que sufre la Iglesia en este campo. Ante esta situación quiero ver, personalmente que la crisis de vocaciones responde a una crisis más profunda: la del hombre mismo.
Es el hombre el que ha perdido su identidad, el que ha ensombrecido su «ser mismo» y el que no sabe quién es y qué es lo que quiere. El ser humano está en crisis por ello el mundo de los valores que antes iluminaban su existencia han perdido su fuerza y claridad; la entrega, el sacrificio, el amor, la generosidad, la sencillez han sido sustituidas por el «quedarse y esperar que le lleguen las cosas», por el «comodísimo» · «la poltronería», por el egoísmo e individualismo», por el interés y por la superficialidad, elementos, que no favorecen ni ayudan a ninguna opción , vocacional. » ; El hombre ha perdido el dominio en su ser esencial de hombre. Ya no es «el mismo», ya no es «el ser originario» salido de la mano de Dios. ‘.
La primera y fundamental vocación o llamada que el hombre siente y escucha es el «ser HOMBRE»: Esto implica, en palabras de Leonardo Boff constituirse en un ser llamado a dominar el universo y a ser su Señor; en un ser llamado a convivir con los otros y a ser hermano; en ser llamado a adorar a Dios y ser su hijo.
Nadie puede negar estas tres llamadas originarias que nacen con el hombre. Dentro del proceso que realiza la persona humana es innegable el aceptar sin distingos, ni condiciones la vivencia de estas tres dimensiones fundamentales.
¡Cuánto falta al hombre de hoy para la realización equilibrada de estas tres llamadas que superan todo condicionamiento! De hecho muy fácilmente se deja dominar por la naturaleza de sus pasiones, muy fácilmente las fuerzas descubiertas en la naturaleza las encaminan contra su propia existencia. Cuántas veces el hombre olvida su vocación y la convivencia con sus hermanos, y se constituye en enemigo, en rival, que destruye la paz entre los pueblos, provoca la marginación y explotación de los pueblos.
Y cuántas veces el olvido de su dependencia de Dios o a su Ser Superior le lleva a convertir su existencia en un «absurdo» en una «náusea». Para poder encontrar un camino de solución a las crisis vocacionales de nuestra Iglesia hay que volver los ojos al hombre y devolverle la llamada que Dios le hizo a ser «el mismo allí donde le toca vivir y servir: a ser hombre a plenitud. (O)