Lecciones de la historia / Jaime Guevara Sánchez
Lecciones de la historia / Jaime Guevara Sánchez
En noviembre de 1972 Richard Nixon ganó la elección para un segundo período presidencial de los Estados Unidos. En enero de 1973, la policía apresó a varios hombres de Nixon en el interior de edificio Watergate, en Washington DC, cuartel general del Partido Demócrata. Siete de ellos fueron enjuiciados, acusados de infiltración y espionaje.
Esa dañosa evidencia inició el desfile de actos de conducta inmoral, de corrupción política y financiera de la administración Nixon que obligó, en octubre de 1973, a representantes y senadores, republicanos y demócratas, a demandar el encausamiento del presidente.
En julio de 1974 la Corte Suprema dispuso que las cintas grabadas, por Nixon, que contuvieran evidencia incriminatoria contra el presidente y sus asesores sean entregadas al poder judicial para la investigación correspondiente.
Cuando la situación se tornó incriminatoria, Nixon renuncio a la Presidencia. El vicepresidente Gerald Ford lo remplazó de inmediato.
En enero de 1975 los tres acusados principales del caso Watergate fueron sentenciados a penas de prisión. Nixon salvó el pellejo por el perdón concedido por el presidente Ford.
No es exageración afirmar Watergate enlodó la vida e imagen de la política norteamericana, que Ford y su sucesor Jimmy Carter trataron de lavar sin conseguirlo.
Varios factores sellaron la caída de Nixon: actos dolosos cometidos dentro del campo político y legal; ambición de poder desmedido, ambición monetaria inclusive. Asesores dispuestos a delinquir para respaldar y encubrir las ilegalidades de “su” presidente, a sabiendas que arriesgaban la posibilidad de terminar con sus huesos en la cárcel, como en efecto ocurrió.
Richard Nixon, convencido de su omnipotencia, abusó del poder. Mintió al pueblo en primer lugar, mintió y desafió a las otras ramas del poder constituido.
Al final, el Congreso y la Corte Suprema impusieron el respeto a la Constitución y la Ley.
“Hay que ser un grande hombre para admitir errores. Hay que ser un hombre más grande todavía para salirse del camino y recoger evidencias que prueben esos errores”. (Pericles). (O)