Juan 13, 4-5 / Fabricio Dávila Espinoza
«…se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Echó agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos, y luego se los secaba…»
El evangelio describe este acto sorprendente en la noche de la última cena. El lavamiento de pies, dadas las condiciones del suelo de la época y el uso generalizado de sandalias era obligatorio. Sin embargo, hacerlo con los pies ajenos estaba reservado para los servidores de menor rango. Las personas que se consideraban iguales, no se lavaban mutuamente, excepto en muy raras ocasiones y como una señal de amor.
A partir de este signo de humildad que no deja de sorprendernos, el parámetro para juzgar nuestras accione tiene un estándar de medición muy alto: “También ustedes deben lavarse los pies unos a otros.”
El Papa Francisco, peregrino de una Iglesia en salida hacia las periferias del mundo, es el primero en hacerlo. Las dos últimas visitas a Marruecos y Abu Dhabi indican que el acercamiento de la Iglesia católica a las religiones no-cristianas es un compromiso irreversible. El cristianismo y el islam tienen puntos de convergencia innegables. En las condiciones actuales de la sociedad globalizada ninguna nación, Estado o religión debería tener una mentalidad cerrada.
No obstante, un gesto inesperado rompió todos los protocolos. Durante la conclusión del retiro espiritual por la paz en Sudán del Sur, realizado en la casa Santa Marta, del Vaticano, el 11 de abril, el anfitrión del evento asombró a los presentes, incluidos los dos adversarios políticos de la guerra civil que devasta esta nación africana desde hace más de cinco años. En el momento de la despedida, el Papa se arrodilló para besar los pies del presidente Salva Kiir y su exvicepresidente Reik Machar.
El objetivo del encuentro fue buscar una solución al conflicto armado, llevándolo al terreno espiritual y diplomático. El mensaje del Papa quedará flotando en el ambiente: “Recordad que con la guerra todo se pierde”. Pero lo que más tiempo permanecerá en los ojos del mundo, es el gesto de humildad que vale más que muchos discursos y cumbres de gobernantes o líderes mundiales. (O)