Danos el pan de cada día (II) / P. Hugo Cisneros
Este pan de cada día, imprescindible para la vida material, sirve de base para otro sentido que resuena también en los oídos de la comunidad primitiva. ¿Cuál es el pan necesario para la vida espiritual y para la dimensión religiosa del hombre? Es el mismo Jesús quién se presentó como “el pan de la vida” (Jn 6,48); “el que coma pan de éste vivirá para siempre” (Jn 6,51). El pan no significa solamente Jesús; en el pan cotidiano está resonado otro alimento, la comida diaria de la comunidad cristiana, la Eucaristía: “El pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva” (Jn 6,51); “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día…,quien coma pan de éste vivirá para siempre” (Jn 6,54,59).
¿Pero qué significa concretamente pedir a Dios el pan necesario? ¿No es el trabajo humano el que trae el pan a la mesa? Jesús sabe la importancia del trabajo. Pablo lo dice muy gráficamente: “El que no quiera trabajar, que no coma” (2Tes 3,10). Claro que el trabajo humano no está todo en función del pan: ¡dependemos de tantas condiciones previas, ante las cuales todo hombre se siente impotente y tiene que confiarse a la Providencia! Es Dios quien nos da las estaciones favorables de tiempo y de lluvia; es Dios quien garantiza las fuerzas con que trabajar; es Dios quien hace crecer misteriosamente la semilla; es Dios el Señor de la creación que nosotros modificamos luego con nuestro trabajo, pero sin poder crearla. En cada pedazo de pan hay, pues, una mayor presencia de la mano de Dios que no de la mano del hombre. ¡El creyente tiene razón en pedir el pan al Padre del cielo!
Conclusión: la santidad del pan
En la memoria de los pueblos consta que el pan es una realidad sagrada; se la trata con respeto y veneración. Antes de comerlo se le besaba, y se recogía con respeto, besándolo, el trozo de pan que caía al suelo. El pan no se tira; semejante barrabasada la hacen sólo las sociedades que han perdido el sentido de lo sagrado y la referencia básica del hombre y del mundo a lo santo y lo sublime, o sea, a Dios. El pan es santo porque está asociado al misterio sacrosanto de la vida.
No se puede, en cristiano, separar el pan de la palabra. Desde que Cristo se hizo hombre los intereses de la tierra son intereses del cielo. Y viceversa. Vivimos en un mundo demasiado dividido entre quienes prometen la gracia y quienes prometen el pan. Pero el Dios de los cristianos no es «separatista». Le interesa salvar a sus hijos y alimentarlos. Fue un solo y único Dios quien construyó el cuerpo y quien infundió el alma. Y, cuando estuvo entre los hombres, se preocupó de predicar y de dar pan a las multitudes hambrientas que buscaban su predicación.
Pedirle pan a Dios es, además, reconocer que es él quien nos lo da, que sólo él puede, en realidad, dárnoslo. Es reconocer que somos pobres y que todo lo necesitamos de su mano.
Santo Tomás decía que toda petición es el preludio de la adoración. Sólo se pide a quien tiene aquello que necesitamos. Sólo se pide desde la certeza de que él tiene lo que nosotros no tenemos. Es decir: sólo se pide desde la humildad y hacia la grandeza.
Sólo se pide, además, desde la esperanza. No se tiende la mano hacia el avaro, sino hacia el generoso. Sólo se pide cuando se ama y cuando uno se sabe amado. Y pedir sólo el pan para hoy, es tener la esperanza de que mañana lo volveremos a pedir y la certeza de que también mañana volverán a dárnoslo.
Este pan que pedimos es también «pan nuestro». Al «padre nuestro» es imposible, absurdo, pedirle el «pan mío». Todo es plural en esta oración. Plural el Padre, plural el pan pedido, plural la tentación que nos acecha, plurales las deudas contraídas, plural el mal de que esperamos ser librados. Quien reza esta oración sabe que no está solo. Que ni siquiera está solo él con su Padre. Quien reza esta oración sabe que la vida es una aventura que se vive en común con muchos otros hermanos y que sólo puede ser vivida y superada todos juntos. Los egoístas no encontrarán en esta oración ni un solo rincón en el que refugiarse.
Es, además, una oración exclusiva para gente pequeña, para niños. Se comienza llamando a Dios «padre» y se prosigue, lógicamente, pidiendo pan y protección. Un «adulto» sólo puede rezarla regresando a ser niño. Un «adulto» pediría automóviles o acciones de bolsa. Sólo un crío se atreve a ir comiendo un mendrugo de pan por la calle.
Sólo pan para hoy. Esta es oración de pobres, de gentes que se atreven a vivir al día, de hombres que no piden a Dios la riqueza, sino sólo la seguridad de que seguirá ayudándoles cada día, de creyentes que han tomado al pie de la letra el precepto de Jesús: No os inquietéis pensando qué comeréis o qué beberéis. Vuestro Padre sabe que necesitáis bebida y alimento. Oración de cristianos en suma: porque hace falta la fe de cada día para seguir pidiendo sencillamente el pan de cada día.(O)