Familia Normal / Washington Montaño
Unas cuántas personas, que claramente se identifican como homosexuales y lesbianas, festejan lo que consideran un “triunfo de su lucha por conseguir el reconocimiento del matrimonio igualitario”. Esta decisión de un tribunal, en donde hay dos jueces, de cinco, que son participantes activos de los grupos glbti, es una decisión forjada que de triunfante no tiene nada.
Para que no parezca que soy homofóbico, debo y en mí derecho de opinar, argumentar las razones por las que no existe este matrimonio, que considero, no tiene clase ni tipo. La naturaleza biológica humana, determina si nacemos como hombres o mujeres, lo que desvirtúa la existencia del tercer sexo, es antinatura la práctica sexual entre mujeres y varones, que sabemos ha existido por siglos, viviendo de manera solapada, escurridos en antros de vicios, junto a los males sociales como prostitución, drogas, alcohol y buhardilla.
Todos los que ahora dicen ser libres ante la faz pública, “que han salido del closet”, nacieron de una relación sexual de hombre y mujer. Si se dicen diferentes, con ellos morirá la tendencia, porque no van a poder engendrar, concebir, preñarse, embarazarse, si son hombres y en el caso de las mujeres, hay la posibilidad cierta de embarazarse y para ello van a tener que aceptar que necesitan del esperma masculino y esto desmorona su teoría de igualitaria.
La familia normal es la que acepta la sociedad, porque aporta a su crecimiento, al desarrollo demográfico, a la mantener las tradiciones y las costumbres: de papá-hombre y mamá-mujer como fuente, simiente, origen, germen, núcleo del hogar y por lo tanto la familia legalmente constituida y reconocida hasta ayer por el régimen civil y en su mayoría, por el eclesiástico.
Aceptamos que, en su derecho reclamado por años, la posición de la mujer es igual a la de los hombres, no es superior, es complementaria, es unión de dos formas de pensar y que claramente están definidas por el amor, la ternura, la protección, el trabajo, la dedicación, el esfuerzo, la devoción y el cuidado de una estructura que hace del goce del amor, la realización de la familia, vista en los hijos.
Qué feos tiempos, yo me siento aludido y reclamo el espacio para las familias únicas, porque no hay otras. No acepto que exista una mamá-papá o un papá-mamá. Mucho ojo con los mensajes subliminales que nos envían seudo analistas de la condición humana, que nos quieren embaucar lo del respeto al espacio, a su condición, a su derecho; si se trata de derechos, debemos defender el derecho de las familias normales a tener espacios para poder educar, formar, educar, dirigir, orientar, adoctrinar e incidir definitivamente en nuestros hijos que el matrimonio es la unión de un hombre y de una mujer; y que la familia no es mi pareja, sino los hijos y los hijos de los hijos, que se llaman generaciones.
La sociedad se da cuenta que nos bombardean con tips de homosexualismo: en la televisión, en películas, actos teatrales, las viudas, los novatos y lo hacen parecer como “normales”. Nunca he dicho que ellos y ellas sean anormales, porque son iguales, lo que determina que su situación, es una tendencia, porque si se visten, se operan, adquieren las maneras del diferente o se unen a otros iguales, nunca dejarán su condición biológica de hombre o de mujer, su constitución humana, ni la muerte lo puede borrar. (O)