Los milagreros de la demagogia / Pedro Reino Garcés
Los milagreros de la demagogia / Pedro Reino Garcés
Ernesto Sábato, que había nacido en Argentina un 24 de junio de 1911 y que murió un 30 de abril de 2011, pasando casi completamente un túnel de cien años por este mundo horrible, nos debe desoír desde su silencio para repetirnos que la muerte es un bien necesario, y “que todo tiempo pasado fue peor”, tal y como lo vivimos en el presente. Sería bueno un acto de sinceramiento mediante el cual nos sentáramos a conversar sobre nuestras falacias, nuestras mentiras, nuestras aberraciones, a pesar de sacar en carteleras públicas que somos los únicos honestos, los únicos inmaculados, humanistas, desinteresados, filántropos, justos, llenos de cualidades especiales, los triunfalistas humildes, modelos para pasar a la monumentalística viviente, los que no hacen su vida en borrador, sino directamente en pergamino, donde pueden darse cuenta que también hay dentro de ello mismo, lo sucio, lo pérfido y lo mezquino, como parte de nuestras propias vanidades…
Sutilmente Sábato nos advierte el peligro de la lisonja por la envoltura de la hipocresía. Y no es que terminemos camino al manicomio. Lo grave, resulta que, sin darnos cuenta, estamos viviendo dentro de él, entre las murallas de nuestros gremios, entre paredcitas de nuestras instituciones, entre autonomías de nuestras ciudades, de nuestras repúblicas alinderadas como trincheras con nombre de países o de gethos de fanatismos oscilantes, entre la religión y la política, manejados por un reloj que solo sabe marcar los exterminios. “Ya se sabe que uno puede detestar con mayor razón, lo que conoce a fondo.” Conclusión: todos nos internamos por nuestros túneles.
Sábato en su obra El Túnel, nos advierte: si este es uno de los favores de la literatura, vamos por la vida, como testigos, en procura de asesinar lo que más deseamos que pareciera ser lo que más queremos. Convicciones de momento. En el fondo nos molesta cualquier infidelidad que tenga visos de independencia potencial. La experiencia cuenta que quienes llegan al poder, tienen celos de que un subalterno demuestre que puede ser más agudo cerebralmente, que su propia figura de mandón. Si no hay fidelidad perruna, hay varias formas de asesinar a los subalternos inteligentes. El servilismo significa sobrevivencia en nuestras prácticas vitales. Estamos ante un narrador testimonial. La crítica lo ha sentenciado diciendo que Sábato tenía el talento de la clase media, pero no el genio de Borges. Sábato advierte que en los críticos se anida la charlatanería.
Sacando alguna idea diferente del acercamiento a este autor y a lo que nos aprestamos a entender, quiero expresar la asociación innegable de los engranajes que se eslabonan en las espirales de gremios de literatos, de filósofos, economistas, políticos, de humanistas, etc, aunque sobre ellos Sábato haya expresado su repulsión. La obra de Sábato, según comentaristas de la literatura, tiene que ver con La Peste de Camus y es el trampolín para el Ensayo sobre la Ceguera de Saramago. En lo político se ha dicho que Sábato estuvo fastidiado con las izquierdas y con el peronismo. Se habla de una polémica que tuvo con García Márquez a quien Sábato pidió que se ocupara no solo de las víctimas del militarismo sudamericano, sino de los presos y desaparecidos bajo el comunismo.
Cuando en cambio, las sociedades dejan de inventarse profetas y santos; y escasean las apariciones de vírgenes, debido a que la religión va siendo ineficaz en el mundo interactuante contemporáneo, saltan a adueñarse de los imaginarios los amos del populismo, los que nos milagrean más con su demagogia que con el cumplimiento de dar a la gente raciones de maná hecha con masa, sudor y sangre de sus aclamadores.
Si somos protagonistas de algo, ¿Por qué somos capaces de engañar a quienes decimos que amamos? ¿Nacimos con el pecado original de la traición? Acerquémonos a la obra para entender otras aseveraciones. (O)