Crónica de un fiasco anunciado/ Esteban Torres Cobo
No debería sorprendernos la vuelta a las armas y a la delicuencia por parte de las FARC en Colombia. Quizás a los incautos y a los ingenuos les sorprenda, pero no a nadie más. El proceso de la paz simplemente sirvió para que una élite de delincuentes consiga poder político sin pasar por las urnas y entre en el establishment gobernante y, por supuesto, para que el mago Santos alcance su ansiado Premio Nobel.
¿Cómo puede alguien creer que el negocio de la droga, la extorsión y el robo iba a ser olvidado para siempre? ¿Que las prebendas de los cabecillas de los delincuentes y el olvido para el resto de la tropa iba a sostenerse en el tiempo? No era un acuerdo de paz creíble. Las FARC hace décadas dejaron de tener alguna brújula política o idelógica cuando se convirtieron en la multinacional del delito.
Las FARC experimentaron, además, la humillación pública del rechazo electoral por parte de los colombianos. Ellos, que se creían populares entre las clases bajas, se encontraron con su realidad.
El gobierno colombiano tiene hoy la responsabilidad histórica de terminar el buen trabajo que inició el presidente Uribe y exterminarlos definitivamente por engañar a sus conciudadanos y mofarse del Estado de Derecho. Por confirmar su naturaleza ruin con esta decisión. Debe expulsarlos de la vida política y ponerlos a orden de la justicia.