La acometida simbólica / Verónica Chávez

Columnistas, Opinión

Destruir la producción artística o afectar los símbolos culturales es el germen de una intencionada gestión por el dominio al otro. Una evidencia histórica de ello en el siglo XX es la brutalidad con la que fue intervenida y atacada toda manifestación artística que no estuviera contenida en la oficialidad del nazismo. 

El holocausto también afectó al arte moderno; el cierre de escuelas dedicadas a la formación artística, la censura de eventos, música y libros de autores judíos o contrarios al sistema nazi, fueron algunas de las manifestaciones de una política hegemónica y radical.

Estas acciones subyacen en la violencia simbólica, que, como la explica el francés Pierre Bourdieu es un proceso de dominación y sumisión basado en las expectativas colectivas o creencias socialmente inculcadas que transforman las relaciones de dominación y sumisión en relaciones afectivas.

En ese sistema simbólico, el poder económico y/o político pasa a ser un carisma legitimado y justificado por un conglomerado social. pero ¿cómo funciona este proceso? para Bourdieu este tipo de violencia se manifiesta cuando las decisiones del poder se imponen como acciones desinteresadas, transformadoras o retributivas.

Y el obrar o decidir con sutil idea de revancha facilita la manipulación al poder, para perpetuarse y lograr la satisfacción de sus pares que aspiran consolidar su supremacía partidista e ideológica, mediante un proceso de imposición simbólica encubierta en la interculturalidad y en la omisión a las demás culturas, etnias o pueblos.

Una idea de interculturalidad errada, concebida y aplicada como la superposición de una cultura o etnia, por sobre otra, y no como lo que fundamentalmente plantea; una relación de respeto y comprensión de las diversidades entre grupos culturales y étnicos que coexisten en un mismo territorio o nación.  

Ese equivocado concepto no queda circunscrito en la esfera política e ideológica, repercute en la confusión pública sobre el carácter universal de algunos referentes culturales, como la música y danza clásicas, o las artes contemporáneas que suelen ser excluidas al considerarlas impropias de la –cultura nacional-. 

No cabe desestimar la gravedad de la violencia simbólica, manifiesta incluso en el discurso que utiliza a la interculturalidad como emblema exclusivo de un gobierno o de un grupo ancestral en particular, la exclusión a otros grupos humanos como idea de reivindicación es además de contradictoria, un atentado a la pluralidad y a los derechos. (O)

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