Ilustre ambateño / Mirian Delgado Palma

Columnistas, Opinión


La partida del Dr. Luis Eduardo Torres Carrasco (1927-2019), ha dejado en el corazón de la familia ambateña y tungurahuense un invalorable legado, escrito con letras de oro, en cuyas páginas se vislumbra una vida ejemplar privada y pública por su “grandeza de ser humano” que entregó su vida al servicio de ideales y nobles causas con gran devoción amor y talento.

Esbozando el perfil del Dr. Torres, se lo describe como un hombre de elevadas virtudes y valores, de un alma grande llena de entusiasmo, pasión y valentía; de un hombre de férrea voluntad y firme determinación; un hombre de naturaleza generosa, de carácter cálido y extremada humildad. La forma de comunicarse con todos sus semejantes dejaba un sabor de respeto, cariño y atención sin que se divisara una mínima ostentación de vanidad o desprecio.

Su vida pública se sustentó en el servicio a la comunidad, en el cumplimiento fehaciente del deber, de servir a la vida y a su pueblo. Desde sus distintas posiciones y cargos que los desempeño, dejó muy en alto su nombre, de su ciudad y provincia a la cual representó con acendrado espíritu de trabajo, amplia sabiduría y el sello de honor. Distinción que se lo merecen hombres de gran trayectoria y mérito como lo fue el Dr. Torres.

Su destacada trayectoria cubierta de fama y poder logrados en buena lid, no apagaron las virtudes maduras de “un gran hombre” reconocido por la calidez y generosidad de su alma, fueron sus insignias prioritarias para cumplir con su misión con honor y altruismo. Su sencillez, que es propia de las “almas nobles” le permitió mirar a la vida desde tan altas posiciones, con una sonrisa afectuosa, solidaria y natural, en procura de las excelsas causas humanas y la dignificación del hombre.

Su hogar fue el templo sagrado de su existencia, al que le dedicó su tiempo con gran pasión y excesivo respeto a su adorable familia, que fue el principio y fin de su vida. Fue una persona que consagró su vida al servicio de Dios, su Familia y la Patria. Son esta clase de hombres los verdaderamente “grandes de espíritu”, quienes siguen siendo esencialmente sencillos en sus vidas personales.

Fue un caballero útil a su patria, por ser “digno, honrado, moral y talentoso”, desde el sitial que le cupo desempeñarse. Su vida, en todas las etapas fue une modelo de moral, enseñando la moral con el ejemplo y exaltando los valores nacionales. Su vida no fue únicamente vivir; fue: sentirla, pensarla, espiritualizarla.

Su última frase célebre: “la vida es un instante de felicidad”. Descifrando la inmortal expresión precisa concluir que la felicidad no es otra cosa que la suma del dolor, sufrimiento, esfuerzo, logros, placeres, temperancia, con la inteligencia todas sinceras, nos harán sentir “la felicidad”. Aristóteles nos dijo:” El hombre feliz vive bien y obra bien, la buena vida coincide con la buena conducta” Que sabio mi inolvidable doctor.

El pueblo de su tierra natal y su provincia lamenta su partida, pero se enorgullece porque su nombre quedará elevado en el pedestal más alto de la historia como un ilustre ambateño, hijo de esta tierra que ha visto nacer a hombres célebres que han dignificado a nuestra Patria. “Adiós a nuestro insigne y sabio maestro. La gloria es de él”. (O)

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