Ni ángeles ni demonios / Mario Fernando Barona
Antes del 2007, desde luego que había polarización en la sociedad ecuatoriana, por un lado los pobres y desamparados (ángeles) y por otro los ricos y poderosos (demonios). A partir del 2007, año en el que comienza el gobierno de la Revolución Ciudadana, estas diferencias se acentúan aún más con el típico discurso odiador, confrontacional y reivindicatorio de la izquierda resentida.
No obstante, durante y a partir del reciente paro indígena, estas diferencias sociales cobraron un repunte inusitado, colocando a los indígenas del lado de los buenos y a todos aquellos que no los apoyaron, del de los malos. Así, radical y determinante, dos polos opuestos que se encontraron en las calles representados por los manifestantes y la fuerza pública, enfrentados unos y otros con la furia y el poder conferidos a los ángeles y demonios.
Por lo que el país atraviesa ahora mismo y por lo que se viene, es determinante que la sociedad en su conjunto no se deje sorprender con posiciones de ciego fundamentalismo, porque seguirle la corriente y hacerle el juego a esta tesis de peligrosas contradicciones, es sembrar el caos y la anarquía en el Ecuador, y que dicho sea de paso, es lo que precisamente buscan con desespero irracional las mafias políticas que quieren recuperar el poder.
Durante el paro, la fuerza pública cometió excesos y reprimió con abuso a los manifestantes, es cierto, y aquellos casos puntuales tendrán que sancionarse, pero también es cierto que a pesar de haber tenido la facultad constitucional (Estado de excepción) de usar la fuerza progresiva, no la usó, tal es así, que fueron secuestrados, humillados y vejados miembros de la policía y el ejército por los indígenas.
Es indiscutible también, que los indígenas cometieron muchos desafueros, desataron actos terroristas y vandálicos y provocaron a la fuerza pública, por lo que ésta no tenía otra opción que reaccionar; es decir, es obvio que los indígenas fueron cualquier cosa menos unos angelitos.
Lo justo y objetivo es calificar a las cosas como sucedieron en su real dimensión, y sucedieron tal y como lo estoy señalando: ni unos fueron ángeles ni los otros demonios, los dos cometieron abusos y excesos y los dos dos salieron a las calles con propósitos y disposiciones claramente establecidas, por lo tanto, catalogar ahora a los indígenas como héroes y a la fuerza pública como enemigos, no es para nada lo más apropiado, más aún, si con esta polarización, insisto, los únicos que ganan son aquellos políticos que le hicieron tanto daño al país por diez años. (O)