El cambio climático / Hernán Marcelo Guerrero
El sábado pasado realizaba compras en el centro de la ciudad, hacia un calor insoportable, pase por el parque Cevallos, el reloj marcaba las 12h55 y la temperatura estaba en 27 grados centígrados, de pronto llegué a casa a las 14 horas, el cielo se nubló hubo relámpagos, truenos y un aguacero con granizo, algo inusual para nuestra ciudad, estas olas de calor son casi todos los días que los y las ambateñas tenemos que salir a la calle con paraguas, sombreros y gorras puestos cremas anti solares para contrarrestar los rayos ultravioletas. Estos cambios climáticos ejercen un gran impacto sobre la agricultura; las sequías e inundaciones, incendios, olas de calor y nevadas, la radiación UV y otros factores están acabando con hectáreas de siembra en el mundo entero, donde un tercio de la población, según la FAO, no tiene qué comer y se da la emergencia de aplicar programas de adaptación al cambio climático en una tierra enferma que no responde al cultivo.
La agricultura se liga estrechamente a la mujer, la que, según el mismo organismo, representa en América Latina la fuerza laboral agrícola del 20 % y del 50 % en Asia oriental y sudoriental y África; entonces, a las condiciones de pobreza y desigualdad, coligadas a la afanosa campesina, se suma el desequilibrio ambiental que hace peligrar su salud, trabajo y supervivencia. El paisaje rural, por lo general, muestra a mujeres de todas las edades, desde niñas y madres cargando a sus hijos hasta aquellas entradas en años, en las tareas del campo, expuestas a radiación extrema, frío y calor excesivo, peleando largas caminatas por el agua, haciendo frente a plagas más resistentes que antes, de sol a sol resguardando el alimento de su familia y cuando la suerte ayuda y el granizo o la helada no ha malogrado la siembra, batallar por un puestito en el mercado o la vereda, para vender el excedente. Sus condiciones no son óptimas y empeoran conforme aumenta la temperatura del planeta, esto a la par de que ni siquiera su acceso a la tierra está garantizado, tampoco a créditos y peor aún a tecnología o capacitación que les permita hacer frente a las nuevas condiciones de la tierra.
Los y las trabajadoras de la ruralidad contribuyen a la soberanía alimentaria, a la conservación de semillas y a la preservación de técnicas de cultivo de origen milenario, prácticas que favorecen en la lucha contra el cambio climático y sanan la tierra; y, si tomamos en cuenta que el 43 % de la mano de obra agrícola del mundo corresponde a mujeres, contamos con una fuerza poderosa. Abordar el cambio climático, desde una perspectiva de género asegura acciones integrales para la sostenibilidad, a la vez que contribuye a mejorar las condiciones de vida de las mujeres rurales y habitantes de todo el mundo. (O)