Disciplina o arrepentimiento /Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


Desde que retorné de la U. de Medicina de Nanjing, China, hemos estado trabajando multidisciplinariamente con Psicología Clínica y desde aquel entonces, hace ya más de 20 años de una generosa experiencia que Dios nos ha otorgado, estamos involucrados en la realidad vivencial, cruda y a veces alarmante de la salud psicoemocional de un grueso número de jóvenes, de todas las clases sociales y culturales, de alcohólic@s de 12 años, lesbianas de 14 años, niñ@s que realizan ritos satánicos, niños que “circulan” videos porno a través de sus celulares en los colegios, niñas que para tener una relación amorosa con un muchacho de algún “grupo” requieren como “requisito” previo tener relaciones sexuales con sus “jefes”, entre cientos más.

Sus padres viven inmersos en un desesperado y tormentoso naufragio de orientación y sin saber qué hacer con su hij@ que tiene bajo rendimiento escolar, conductas agresivas y desafiantes, adicciones al alcohol, drogas, constantes violaciones entre compañeros, engaños y mentiras hacia sus padres, falta de respeto hacia los adultos de su entorno, y así. Miles de acontecimientos que un grueso libro no daría abasto.

Como padres podremos percibir en ellos una muy baja tolerancia a la frustración, una acentuada vulnerabilidad emocional con baja autoestima y muy pobre autoconcepto, inseguros de sí mismos, nerviosos, indecisos, irritables, intolerantes, colmados de rebeldía, con pérdida de propósito y del sentido de la vida, sintiendo un vacío existencial. Sumaremos a todo esto su desacuerdo por vivir y convivir en esta sociedad moderna actual conflictiva, hipócrita y prejuiciosa, es entonces que, como una forma de protesta, rebeldía y desacuerdo, recurren al “escape” de la realidad bebiendo, fumando y teniendo sexo libertino conduciéndose a una frustración y un desencuentro camuflado aún mayor.

Se escucha: “El error que cometimos, mi esposa y yo, es que jamás pusimos límite alguno a nuestros hijos”. Quizás por lo que son sólo uno o dos hijos no nos permitimos ver que necesitan amor en vez de sobreprotección enfermiza, que precisan restricciones para sembrar sentido de responsabilidad y no niños indefensos e inutilizados por nuestra posesividad al punto que no queremos que ni el viento les roce, los hemos cercado en un mundo de facilismo y de que es suficiente un chillido para conseguirlo todo. Más nos arrastra el querer curar nuestro pasado (“darles lo que yo no pude tener”) que forjarles su futuro con límites, ofreciéndoles una vida material hasta mayor a la que podemos darles sin ver que sobreprotegiéndolos sólo se les impide crecer.

¿Les ofrecemos vida de amor y estructura o estamos siempre irritables y sin tiempo para ellos? ¿Les aceptamos, les validamos sus logros o estamos siempre listos a refutarlos o a criticar sus errores? ¿Buscamos el cimiento de responsabilidad y libertad con límites o sólo les controlamos de una manera dictatorial y amenazadora sus vidas?

Una carta por allí decía: “Hijo mío, la familia es como una empresa en la que existen lineamientos y políticas establecidas. Esas reglas no se discuten, se cumplen. Hablemos de frente y con el corazón. La conducta respetuosa, unida y prospera de los miembros de esta casa no se puede negociar. Está bien la modernidad, más la columna vertebral es intocable, no se moderniza. En ocasiones duele obedecer, pero en la vida tendrás que sufrir alguno de estos dos dolores: el de la disciplina o el del arrepentimiento. Un padre que hereda principios, les da un motivo para vivir. Te amo infinitamente y daria la vida por ti”. (O)

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