La última juerga /Jaime Guevara Sánchez
La tragedia comienza cuando usted, con la cabeza desequilibrada por el alcohol, hecho él “salsa”, (disculpas por el término), arando por la calle llega un auto. Para la policía el suceso tiene inicio diferente: recibe información sobre un vehículo que se ha estrellado con un muro. Hay una persono de sexo masculino al volante. Este individuo es usted.
Suenan las sirenas, usted no las oye. Llega la ambulancia. Un médico lo ausculta, no hay signos vitales, lo declara muerto.
Los curiosos contemplan lo que queda de usted: un cadáver desfigurado, repugnante, ensangrentado. Policías y voluntarios lo toman por los brazos y piernas, le embarcan en la ambulancia. Las personas sensibles, dominadas por la náusea, huyen de la escena. En la morgue le desnudan, le limpian, le “manguerean”. Usted ha dejado su condición de ser humano, ahora lo denominan “cuerpo”. Colocan, lo que queda de usted, en un compartimiento del congelador. En ese cajón helado, usted “disfruta” de la compañía de otros insensatos. Luego viene el desfile de familiares en busca de fulanos desaparecidos. Llegan sus padres, sus hermanos lo identifican.
El médico procede a la autopsia. Por las heridas y golpes el galeno sospecha la causa de su muerte; pero tiene que retacearlo para descubrir la causa exacta y cumplir la disposición de la ley. Con una sierra corta la tapa de los sesos, la golpea con el cabo del bisturí en busca de fracturas. La coloca como un mate sobre la mesa; es una escudilla con pelos. Saca el cerebro lo disecciona, hay lesiones y hemorragia. El examen continúa con el tórax, el abdomen. El bisturí, la sierra, formones, martillo son manipulados sin contemplaciones; es un concierto de ruidos macabros. Parece increíble que esos órganos sanguinolentos sean parte de un ser humano que hasta hace unas horas cantaba, bailaba, disfrutaba de la vida. Llenan la cavidad con los órganos seccionados, con puntadas largas cierran el cuerpo. El médico extiende el certificado de su defunción.
Por supuesto que el ajetreo científico le tiene a usted sin preocupación alguna. No compartirá los lamentos, ni verá las lágrimas y la tristeza de sus familiares que tantas veces le aconsejaron con mucho amor: “Si te vas de juerga, toma un taxi, no te vayas en tu carro”.
En conclusión, amigo lector, todo está listo para usted: la policía, la ambulancia, el forense, el necrocomio; todo preparado en espera de su llegada. Téngalo siempre presente, especialmente esta noche cuando, después de numerosos tragos, suba al automóvil y ponga sus manos al volante… (O)