Coronavirus / Esteban Torres Cobo
La pandemia llegó para quedarse. Quizás algunas semanas; quizás algunos meses. ¿Quién hubiera previsto, en su sano juicio, que un virus chino liquidaría la economía mundial y pondría de cabeza al mundo entero en el 2020? ¿Qué nos mandaría a la cuarentena en plena era tecnológica y de superhombres por doquier?
Imprevisible. Las series y las películas de ficción no se han quedado cortas. Las vivimos ahora mismo. El miedo. La preocupación permanente. La histeria. El aislamiento.
Qué duro momento para recordarnos lo vulnerables que somos. Lo humanos que somos. Que nuestra salud y la de nuestros cercanos depende de cubrirse las manos y no ponerlas en el pasamanos que compartió el virus. En rogar porque el menos conocido nos tosa cerca o no salude con mano. En la suerte. En la maldita suerte.
¿Y el virus? Ese organismo miserable, incompleto, pero poderoso y misterioso. Que seguramente matará a muchos y hará rico a los más ágiles. Producido o espontáneo: letal.
Oportuno que los que no creen que existe un Dios se replanteen su duda. O la respuesta a su duda.
‘Los que tanto se odiaron, ora unidos, rozándose, mezclaban los despojos de duros huesos en la lid paridos/y acostados en cruz ante mis ojos, en posición de beatitud serena dormían dulcemente sus enojos:’, diría Goethe en su “Meditación ante el cráneo de Schiller”. (O)