Ansiedad en pandemia / Kléver Silva Zaldumbide
La vida misma no es perfecta en absoluto. Nuestras relaciones laborales, personales, familiares, conyugales o sexuales tampoco lo son, ocurren acontecimientos negativos y hasta los placeres se acompañan de complicaciones. La manera como procesamos las situaciones amenazantes influirá de modo decisivo en nuestra salud y en nuestra calidad de vida, ya que éstas pueden, a la larga, desencadenar muchas enfermedades psicológicas y posteriormente físicas. Al estado de tensión agudo del organismo obligado a movilizar sus defensas para hacer frente a una situación amenazante, a toda exigencia ambiental que genere tensión y requiera cambio o adaptación se llama estrés. Los sucesos que tendemos a percibir como estímulos estresantes pueden ser fuertes e inesperados como esta pandemia que nos ha tocado vivir, provocándonos trastornos de ansiedad, en donde se experimenta repetitivamente algún suceso desagradable anterior y los sentimientos que se asocian a él mediante recuerdos y sueños que pueden producir daño emocional duradero. Estímulos estresantes personales que tienen severas consecuencias negativas inmediatas pero que generalmente disminuyen pronto dependiendo de la gravedad. Gran parte del estrés proviene, no de los grandes traumas, sino de pequeños problemas diarios que generan presión, conflicto, frustración.
Con este antecedente y comparando con la estrategia científico médica y educacional preventiva oriental, en donde el único fin es buscar la salud de su población no sólo a corto sino a mediano y largo plazo y sin ningún interés de enriquecimiento de ninguna poderosa red mercantilista sino ofreciendo lo que el paciente busca, podemos concluir que nosotros, los occidentales, tenemos una muy pobre o casi nula educación preventiva para reforzar los mecanismos de resistencia a las situaciones amenazantes de nuestro entorno (estrés), sin ningún aprendizaje de cómo manejar las emociones destructivas, los sentimientos, los pensamientos nocivos, cómo dejar de vivir lo que ya sucedió y que no lo podemos cambiar. Creemos que somos los que más sufrimos en el planeta.
No tenemos toda la culpa de vivir en esta carencia de métodos que sólo se logran con aprendizaje, con gimnasia cerebral, con ejercicios mentales que forman parte de la inteligencia emocional, terapia filosófica, psicoterapia por parte de los doctores en psicología, entre otros. Tenemos prejuicios como que el psicólogo es sólo para “locos”, tenemos “vergüenza” de compartir nuestros íntimos problemas y buscamos ayuda cuando las cosas se han complicado y talvez queda poco por curar esas heridas emocionales. ¿Acaso habrá un particular interés de tenernos con esta carencia? Interesa que nuestro perfil idiosincrásico sea querer todo fácil, rápido, cómodo y que sea de consumo. Este perfil conductual hace que seamos “generosos” en el consumo abusivo, exagerado y a veces equivocado de los psicofármacos que son de uso muy delicado y que debería ser manejado profesionalmente por el especialista correspondiente. La correcta combinación de tratamientos buscando la integralidad del servicio médico en beneficio del paciente redundará en el éxito y satisfacción de conseguir la verdadera “sanación” que todo ser humano busca y que sea lo más inofensivo posible. (O)
Medicina integrativa oriental