Verdades históricas / Jaime Guevara Sánchez
El bicentenario del Diez de Agosto de 1809 ha tenido la virtud de multiplicar las versiones sobre lo que ocurrió en la casa de Manuela Cañizares.
Tamizando todas las explicaciones de los doctos en la materia uno puede imaginar la escena de los ‘patriotas’, aquella madrugada: Miren, amigos, Bonaparte ha invadido España y mantiene preso al rey Fernando VII.
Aprovechemos la oportunidad para decirle al monarca que sus representantes en la colonia son unos inútiles. Que vamos a tomarnos el poder para darle cuidando la inmensa hacienda de la corona; el día que Napoleón lo libere, y compruebe que somos capaces. Esperaremos que su alteza nos reconfirme en el cargo, no pedimos nada más.
Cuando Inglaterra ataca la retaguardia de Napoleón éste decide dejar libre al monarca. España lo recibe con una nueva constitución. El Rey acepta todas las condiciones: “Voy a gobernar con una monarquía parlamentaria.” Actitud interesantísima…aplausos.
Mas, apenas se sienta en el trono, percibe la seguridad de su poder, arroja la constitución en el rostro del mismo pueblo español. Rey desleal falto de toda ética: “Voy a enviar a mis soldados para disciplinar a esos deshonestos de la colonia.”
La reunión de la célebre madrugada, en la casa de Manuela Cañizares ¿tuvo el propósito de liberarnos de la monarquía española? La respuesta consta en la placa de la Plaza de la Independencia, placa que mira hacia el palacio de Carondelet. Allí está la declaración de lealtad a su majestad Fernando VII: Aspiramos que venga a gobernarnos mientras el ogro de Napoleón invade España. Venga señor, aquí donde nosotros. Aquí lo recibiremos.”
En los círculos monárquicos de la península hablaban de declararnos provincias de España y dejar de ser colonia. Los criollos pasarían a ser ciudadanos. Inclusive, Mejía y Olmedo alcanzaron a ir a las cortes.
Ubicándonos en el tiempo presente, lo importante sería instruir a los estudiantes en la realidad de las gestas históricas, paso a paso: Masacre del Dos de Agosto, el Nueve de Octubre de Guayaquil, la Batalla de Pichincha del 24 de Mayo, y la Independencia definitiva. Las nuevas generaciones asimilarían los triunfos y los fracasos. Aprenderían a valorar los logros conseguidos con sangre y sacrificio. Sentirse orgullosos de ser ecuatorianos. Evitaríamos que sufran grandes desilusiones, cuando por inquietudes propias de su juventud, descubran que sus mayores no les “contaron” las verdades históricas. (O)