La cartuja de parma y las condenas / Luis Fernando Torres
Es una novela ambientada en un tiempo de cambios políticos en Italia y Francia, a inicios del siglo XIX, en la que aflora el genio narrativo de Stendhal, como se le conocía al viajero, diplomático y escritor francés Henry-Marie Beyle. Escribió su monumental obra, La Cartuja de Parma, luego de que, en 1832, mientras era cónsul de Francia en Civita Vecchia, conoció en Palermo un manuscrito del siglo XVI que contenía la historia de Vannozza Farnesio, la más seductora y maravillosa mujer de Roma en 1450, y de su impetuoso sobrino, Alejandro Farnesio.
La trama de la novela tiene, como en el manuscrito, dos personajes centrales, la condesa Pietranera y su sobrino Mauricio del Dongo. Otros personajes recurrentes en el desarrollo de la historia son el conde Mosca, primer ministro del príncipe de Parma, Ernesto IV, hábil político, y el temible fiscal Rassi que persigue a Fabricio hasta lograr que sea enviado a prisión, en la Torre Farnesio, cuando todavía era muy joven, por haber matado al amante de una actriz.
Su antiguo preceptor, el abate Blanes, quien le condujo por el mundo de la cultura y de las lecturas, y a quien consideraba casi su padre, le predijo un futuro con encierros y muertes, diciéndole, en todo caso, lo siguiente: “morirás como yo, hijo mío, sentado en un asiento de madera, lejos del lujo y … sin graves reproches de tu conciencia”.
No se equivocó el famoso anciano. La vida de Fabricio estuvo marcada por persecuciones judiciales. No hubiera sido apresado si el conde Mosca, amante de su tía, le hubiera hecho firmar al príncipe Ernesto V un documento preparado por la duquesa en el que se había incluido la frase, “proceso injusto”, junto a la condena. El conde, por fidelidad al príncipe, eliminó esta frase.
Luego de algunas alegrías en el desempeño de importantes funciones religiosas y públicas, Fabricio vivió, en su madurez, la mayor tragedia de su vida, primero, con la muerte del niño que concibió con su amada de juventud, Clelia, en un oculto adulterio, y, luego, con el fallecimiento de ella.
En todo caso, terminó sus días recluido, por voluntad propia, en la Cartuja de Parma, triste y con pena, pero con la conciencia tranquila. Los condenados en el caso sobornos no podrán pasar su encierro con la conciencia tranquila, salvo la asambleísta Bonilla, que, como dijo el juez de la Corte Nacional de Justicia en el voto salvado, no participó como sujeto activo o pasivo en el cohecho probado y demostrado. (O)