Cuarto poder / Esteban Torres Cobo
El poder de los medios de comunicación a menudo se ha considerado el “cuarto poder” del Estado, luego de los tres tradicionales y constitucionales. Con la aparición de las redes sociales, sin embargo, se pensó que ese poder dejó de ser tal. Y que la voz de los ciudadanos digitalizados reemplazó para siempre el de la televisión, la radio o el periódico. Moisés Naim desarrolló esta tesis en su interesante libro “El Fin del Poder”.
Esa realidad es cierta en un aspecto: se acabó la monopolización del poder de los grandes medios debido a la proliferación de medios alternativos pero también de redes a la cercanía de cualquier persona con internet. Cada vez existen más medios y también más voces autorizadas y confiables. Aumentan cada día. Pero los medios alternativos no han mermado el poder establecido de los tradicionales.
El gran ejemplo es lo que sucedió y sigue sucediendo en las elecciones norteamericanas. Prácticamente todos los medios de comunicación tradicionales, incluso Fox News, se han volcado en contra de Donald Trump. No en sí a favor de Biden, pero sí en contra de Trump -si se entiende esta precisión muy fina. El poder tradicional encarnado en los grandes periódicos y las grandes televisoras ha sentenciado una elección sobre la cual todavía hay disputa en los resultados. La teoría del “hecho consumado” ha sido llevada a la perfección por el establishment mediático y, por supuesto, por el Partido Demócrata.
Incluso si Trump llegara a demostrar el fraude y la Corte Suprema le diera la razón en última instancia, su victoria tiene un complicado camino. La opinión pública ya definió su ganador y cualquier voz, especialmente del ciudadano sin poder, es atacada y ocultada. Las grandes masas pueden protestar donde quieran, pero la suerte la deciden otros. O al menos esa sensación queda de lo vivido en este proceso. Porque incluso en los Estados Unidos, aunque en menor medida que en el Ecuador o en otro país, la opinión de los medios tradicionales incide en el comportamiento de los jueces. Es imposible que un magistrado, salvo que viva aislado en un monasterio, no se empape de lo que se opina afuera. (O)