Testimonio de Cumbres. 2020/ Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión


Me hizo comprar los zapatos de “media montaña”. Eran caros esos zapatos amarillos que se han quedado bastante intactos. Se propuso llevarme los sábados, después de las jornadas de trabajo en el colegio Bolívar, a que yo conociera las cordilleras de mi provincia y algunas montañas de la Patria. Nos fuimos al Cayambe justo por las fiestas de San Juan con nuestros estudiantes de referido Plantel. Tengo una buena foto que me tomó César López dando un concierto con mi quena. Me hacían tocar El Cóndor Pasa. Ahora entiendo que el cóndor que pasó y re-pasa en mi memoria, es don Héctor Vásquez. Al bajar de la montaña, había varios bueyes “disfrazados” llevando la chamiza a las fiestas de San Pedro en Cayambe. Tomé una foto que sirvió de portada al Pizarrón Cultural de diario El Heraldo (que yo dirigía), y a mí me costó una “repelada”: el toro de terribles cachos y de mirada agresiva tenía una gorra de militar. Yo solo tomé la foto y publiqué. Pueden verla los investigadores.

Con los zapatos amarillos de los sábados don Héctor me llevó por la caldera del Igualata a un peñón de su cumbre desde donde “sentadito” se contempla Guano y toda la provincia de Chimborazo: Otra foto de portada para el Pizarrón Cultural: Silvio Cepeda al filo del abismo mirando la soledad. Esa vez le reclamé a don Héctor por qué me hizo subir por una cuerda una pendiente de la que no me he olvidado el vértigo, habiendo mejor camino. Me dijo que quería templar mi espíritu de poeta. Me hace comprender que el “Testimonio de Cumbres” tiene que ser leído también con su antítesis: Testimonio de Abismos.  Ahora entiendo que hay caminos fáciles, para muchos que se sienten que llegan a las cumbres que se proponen. En cambio para otros, llegar a una loma significa haber llegado a una cumbre. Y si se han superado los obstáculos y los desafíos extremos, como lo relata el libro que lo he terminado de leer, ahí uno comprende que realmente es un testimonio contra las adversidades de todo tipo. Llegar a una cumbre es sentirse dueño de su propio esfuerzo. Llegar a una cumbre calzando los zapatos adquiridos por familias de escasos recursos, da otra sensación ante los que disponen de solvencia. Llegar a una cumbre con maíz tostado, un pedazo de panela y una botella de limonada es una gloria que se la disfruta amando el paisaje y dominando las adversidades.

El libro que se ha publicado con el esfuerzo de sus hijos, ahora es una de las memorias más originales del andinista Héctor Vásquez. Muchas de sus inquietudes están ahí, más que el relato de sus desafíos. De la experiencia compartida en aquellas épocas, cuánto se puede editar de su pasión por la fotografía. Un andinista que salga sin cámara fotográfica comete un absurdo y un desperdicio de viaje. Me hizo participar en un concurso de fotografía organizado a nivel nacional por la Superintendencia de bancos. Con mi “pilche” cámara tomé mis fotos y  fuimos con él a recibir los premios en Quito, pero primero me llevó a tomar fotos a las siete cascadas del río Ulba. Fuimos tomando testimonios de los antiguos y escondidos trapiches. Don Héctor se metía al filo de los precipicios a captar lo que el observador, quien sabe no entiende lo que es la búsqueda del ángulo, que es un desafío del ojo del fotógrafo. Falta de don Héctor todo ese inventario de plantas de páramo sobre las que tenía curiosidad y que las fotografiaba.

Me falta extenderles mi felicitación a sus familiares por una obra que enorgullece a Tungurahua, tanto por su edición como por su singular protagonista. Ser andinista también es ser buen relator. Sé lo que significa publicar un libro en Ambato. Es como llegar a una cumbre pasando por todas las cangahuas que uno encuentra en el camino. (O)

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