Recursos económicos/ Jaime Guevara Sánchez
Ninguna materia ha sido tan explorada por los economistas como la relación entre lo que desde hace tiempos se denomina los factores de producción: tierra, trabajo, capital y talento empresarial que los junta a todos y administra el empleo.
Recientemente, el problema de la eficiencia en la producción, obtener lo máximo de los recursos productivos disponibles, ha sido considerado, casi en su totalidad, como ganador de la mejor combinación de estos agentes.
La explicación mediante diagramas de los problemas arcanos del factor combinación persiste como uno de los ritos pedagógicos primarios de la economía.
Bajo la misma lupa, los economistas se preocupan por la manera en que los precios de los factores de producción, alquileres, salarios, intereses y ganancias, son determinados.
En realidad, en la tradición clásica, el tema meditado como que encajaba en dos partes: el problema del valor que tiene que ver con la determinación de los precios de los productos y el problema de la distribución; o como el ingreso resultante era dividido entre los dueños de la tierra, trabajadores, capitalistas y empresarios.
Sin embargo, un aspecto de las relaciones entre los factores de producción ha sido menos analizado.
¿Por qué el poder está asociado con algunos factores y no con otros?
¿Por qué la propiedad de la tierra, en otro tiempo, impartía poder pleno sobre la forma dominante de la empresa productora y sobre la comunidad en su conjunto?
¿Por qué bajo otras circunstancias se ha asumido que tal autoridad, sobre la empresa y la sociedad total debe yacer en el dueño del capital?
¿Bajo qué circunstancias podría pasar dicho poder al trabajo?
Se trata de una negligencia enigmática que aparece en cualquier actividad organizada: gobierno, negocio, congreso, grupo de hombres, de mujeres, casa de placeres casuales, etcétera, etcétera.
Nuestro primer instinto es adquirir sobre quién está a cargo de todo.
Preguntar sobre las cualidades personales, preparación o credenciales que le otorgan tal autoridad. Invariablemente, pensar en la complejidad de la organización invita dos preguntas fundamentales: ¿Quién es el cerebro? Y ¿Cómo llego allí? (O)