Necesidad de la parrhesía. 2021 / Pedro Reino Garcés
“Solo la pertenencia a la tierra, la autoctonía, el arraigo en el suelo, esa continuidad histórica basada en un territorio, puede dar la parrhesía” nos advierte Foucault desde “El Gobierno de sí y de los vivos” (Curso del Colegio de Francia 1982-1983, p. 123). Si un político de los nuestros no ha leído estos conceptos fundamentales, le invitamos a que lo haga para que trate de ajustar sus planteamientos a una ética de la sinceridad; yo diría, confesando pública y abiertamente sus ignorancias, pero siempre basado en sus principios de respeto, ahora mismo que está y estamos en plena difusión de pensamientos electoreros que devienen en mal llamados planteamientos políticos. Ojo. Nótese que no se les pide que hablen con la verdad, porque quizá necesita investigación para llegar a ello; sino sencillamente que se sincere para que sus confesiones a los electores proyecten un perfil del tipo de persona que es, y el ciudadano elector no elucubre lo que puede esconderse tras de una máscara.
Uno de los enfoques que Foucault realiza sobre la parrhesía, que es un término griego, se refiere a la Atenas democrática, posterior a la de Pericles “esa Atenas democrática donde todo el pueblo, claro está, tiene derecho al voto y, a la vez, los mejores y el mejor (Pericles) ejercen de hecho la autoridad y el poder políticos. En esa Atenas posterior a Pericles se plantea el problema de saber quién, en el marco de la ciudadanía legal, va a ejercer efectivamente el poder. Habida cuenta de que la ley es igual para todos, habida de que cada uno disfruta del derecho a votar y a expresar su opinión, ¿quién va a tener la posibilidad y el derecho a la parrhesía?…” (p. 123)
Apuntemos un par de reflexiones respecto del citado concepto: ¿En qué momento nos encontramos con que un predicador de una política a ejercer, nos está hablando desde su parrhesía de sinceridad? ¿Es parte de su ética o es solo un compromiso el asumir esa teatralidad para una representación, para la cual en Grecia usaban la máscara? No es fácil asumir una “subjetividad ética” si no se es un demagogo. No hay que olvidar que Foucault plantea el término primeramente en un ámbito casi místico, de buscar tranquilidad para el espíritu. Y aquí va nuestra pregunta: ¿Realiza el político nuestro un acto de confesión en público de su ética? ¿Va a defender intereses partidistas, personales o de quienes le están ayudando a empujar a que llegue al poder? ¿Es sincero con los postulados de los supuestos defendidos que están entre la masa de electores?
Quienes analizan este concepto dicen que “los estoicos pensaban en la parrhesía del maestro”, es decir, que en un acto de sinceridad, quien necesita confesarse ante un colectivo es el maestro, el que dirige o aspira a dirigir a un grupo. Miren no más que el cristianismo se aprovechó de la parrhesía griega y dio la vuelta a la tortilla, pidiendo que sea el seguidor, el simpatizante, el coideario, el adoctrinado quien tenga que practicar y evidenciar su sinceridad o parrhesía, confesándose ante quien se reserva el ejercicio del poder. Miren cómo se ejerce y se ha ejercido control social pidiendo que sean sinceros los ingenuos.
Frente a esto, ¿qué nos toca? Aclarado el concepto, es el pueblo en democracia quien debe retomar el sentido de los términos, exigiendo que las confesiones surgidas desde una ética de la sinceridad sean pregonadas por los aspirantes a maestros. Pero el problema en nuestra práctica, y a estas alturas de los tiempos y de nuestra historia, es que con sus actos públicos, salvando los casos forzados a confundirnos como verdades de oficio que ha ejercido el ala nefasta de la justicia, o en nombre de esa justicia estatal administradora y legalizadora de la trampa, el problema es que estamos frente a entes del descrédito, que no les interesa ni el término parrhesía, peor indagar formas de acercamiento. Por eso es que Foucault postula lo que queda dicho al principio de este comentario, que solo una vivencia de “autoctonía”, que para nosotros sería el provincianismo y los linderos del Estado, nos permitiría exigir una parrhesía a tantos cristos que quieren sacrificarse por nosotros. “Porque es el maestro quien debe predicar su verdad, y no permitir que sus discípulos se engañen”. En el epicureísmo, es el amigo el que ejerce la parrhesía; y en el caso de los cínicos, están en su derecho de ser “interpelantes” porque alguien les está ocultando el principio de sinceridad. ¿Comprenden quiénes nos manipulan bajo el concepto del cinismo?