Nido de Cóndores / Luis Alfredo Silva
Fue el nombre del primer refugio de alta montaña, que se construyó, para ascender a la cumbre de El Chimborazo, la montaña más alta del Ecuador, por lo que se le conoce como «El Coloso de los Andes» . Sirvió a varias generaciones de andinistas de antaño.
Estaba ubicado a 4.800 metros sobre el nivel del mar, en una depresión semicircular, que el peso de la nieve y la acción expansiva del agua al congelarse, se encargaban de formarlo, con el trabajo intenso de muchísimos años.
Desde Nido de Cóndores, se iniciaba el ascenso por el flanco noreste, hasta Murallas Rojas, elevadas paredes, que aparecúan a 5.800 metros de altitud, entre los glaciares Reiss y Leahearn,, desde donde se demoraba seis horas, para llegar hasta la cumbre Veintimilla.
Cuando el hielo depositado es excesivo, comienza a formarse una lengua helada, que desciende lentamente por su propio peso, a lo largo del valle originado anteriormente. Los días anteriores a nuestra visita, hace algunos años atrás, las lenguas de los glaciares habían bajado hasta Nido de Cóndores.
Para ir a Nido de Cóndores, hay que seguir la antigua ruta que usaban los andinistas, que buscaban coronar El Chimborazo. Se toma la carretera que conduce a la ciudad de Guaranda, se pasa por varios pueblos, aledaños a la vía, seductores paisajes, páramos solitarios, la tranquilidad del entorno y así se llega, al sector conocido como Pogyos.
Es el lugar donde comienza la caminata, hasta Plaza Roja; es un gigantesco espacio, comparable con la superficie de cuatro canchas de fútbol, que esta cubierta»por tierra roja, color que se debe a la abundancia de oxido ferroso que contiene. Es un sitio impresionante, misterioso y único, de nuestro maravilloso Ecuador.
Cuando retornamos, la cima se despejó y nos dejó ver su blanquísima cúspide y la imponencia de la montaña. Contemplamos un asombro y fantástico paisaje y recordamos lo que Don Nicolás Martínez escribió, cuando junto al aborigen Miguel Tul, conquistó la cumbre de El Coloso de los Andes, en 1.911.
«Me figuro, que no somos otra cosa que dos miserables hormigas, sobre el pecho blanquísimo de una mujer gigantesca, cuyos senos erguidos y duros, son las dos cúpulas gemelas de redondeces perfectas y voluptuosas que se hallan separadas por un valle cuyas grietas de tonos azulinos y verdosos, semejan las venas del cuerpo de una virgen’. (O)
El Ecuador que debemos conocer.