Nuestras patologías. 2021 / Pedro Reino Garcés
Ya se les fue Trump, el dueño de la casa grande, a donde llegaban sus predilectos llenos de amor filial, a saludarlo y rendirle el homenaje (que ha sido efímero), a más de tenerlo al tanto de cómo iban las cosas administradas por encargo presidencial desde sus haciendas. Los lacayos le apoyaban a que haga el muro para que no entre la chusma al paraíso a comerse los restos de hamburguesas y los huesos de KFC que con otros buenos desperdicios, allá se botan en los basureros. El problema de ir al paraíso es asunto de pasaportes. A los lacayos les tramitan las embajadas, mientras que a los informales les ayudan los coyoteros. ¿Es nuestra patología no entender las razones de buscar tierras de promisión?
¿Dónde se forman mejor los lacayos, o sea quienes deben presidir las haciendas? Nosotros estamos en tiempo de elecciones, que es como estar en tiempo de frutas, unas podridas, otras maduras y hasta verdes que quieren salir al mercado a convertirse en dinero. Creo que también podemos decir que estamos como en las circunstancias del amor en tiempos del cólera, a la que hay que añadir que vivimos la experiencia de vivir las patojologías de los tiempos de odio.
Pero estamos preocupados de la formación de nuestros gobernantes, y para ello voy de los datos que presenta el crítico Augusto Zamora, un nicaragüense profesor universitario de la Universidad Autónoma de Madrid y otras europeas y americanas. Los datos van de su libro: Malditos Libertadores (Siglo XXI, España, 2020): “Según la afamada agencia británica de noticias BBC, en los años 60 había 50.000 estudiantes extranjeros en universidades y centros superiores de Estados Unidos, cifra que ascendió a medio millón en el año 2000 y a un millón en el año 2015. Cifras mareantes que dejaban al país beneficios por valor de 42.000 millones de dólares y –algo muchísimo más importante- aquella marea de estudiantes extranjeros permitía (y sigue permitiendo) a empresas, gobiernos, centros de investigación y universidades tener un caldero interminable de cerebros de primer orden, con los que alimentar la condición de Estados Unidos como primera potencia mundial y país líder en la ciencia, tecnologías y un largo etcétera…El sistema permite a EE.UU…el premio de esparcir por el planeta una pléyade de graduados que dejan el país agradecidos y enamorados de él y que, luego, están prestos a servir a los intereses estadounidenses…que es sin duda el mejor negocio del mundo…Las universidades estadounidenses llegaron a ser para los civiles latinoamericanos –con las diferencias del caso- un equivalente a lo que fue la Escuela de las Américas para los militares. Si ser graduados en esta escuela garantizaba ascensos y altos cargos a los militares (los dictadores Hugo Banzer, de Bolivia; Efraín Ríos Montt, de Guatemala, y Lepoldo Galtieri, de Argentina), ser graduado de una de las universidad de los Estados Unidos abría en pampa las puertas de los gobiernos…Cinco de los últimos seis presidentes de México estudiaron en universidades estadounidenses. También lo hicieron Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, de Colombia, Jamil Mahuad, de Ecuador, Eduardo Rodríguez, de Bolivia, y José María Figueres, de Costa Rica, por mencionar unos cuantos. Todos ellos fieles servidores de las políticas que emanaban de Wáshington… entre los últimos figuran el argentino Mauricio Macri, quien hizo estudios en Columbia; Sebastián Piñera, en Harvard, e Iván Duque en Georgetown…En 2017 había 79.552 estudiantes latinoamericanos en universidades estadounidenses, preparándose una mayoría de ellos para ser, en sus países de origen, la perfecta ~Voz de su amo~” (p. 30 a 32). Si una patología es un estudio de los “cambios estructurales bioquímicos y funcionales” en nuestro organismo, nos conviene un chequeo cerebral de la mano de médicos que funcionen con conciencia social. (O)