El populismo encriptado en la izquierda / Dr. Guillermo Bastidas Tello
El populismo es un tema que ha rasgado las vestiduras de derechosos, izquierdosos, centralistas, “apolíticos”, políticos genéticos y políticos en aprendizaje.
Su definición tradicional va pegado a la demagogia, al analfabetismo político, a la ignorancia, a la pobreza y miseria de los pueblos, en donde los populistas encuentran un rico caldo de cultivo para la mentira, la farsa, la picardía, la pillería y la bribonada.
Un populismo primitivo, retrógrado, ligado a determinado estadio de desarrollo económico, con clientelismo organizado en redes en las que se intercambian favores políticos por votos, histrionismo y pirotecnia y oferta verbal en el estilo ‘carismático’ de comer de la política.
Un ‘sujeto popular’, un sujeto cómico, un bobalicón con cara de bonachón. En palabras de Laclau: Populismo es una categoría ontológica y no óntica – es decir, su significado no debe hallarse en ningún contenido ideológico o político que entraría en la descripción de las prácticas de cualquier grupo específico, sino en un determinado modo de articulación de esos contenidos sociales, políticos o ideológicos, cualesquiera que ellos sean.
El destino de las votaciones nos inspira a diferenciar los conceptos de masa y de pueblo, ya que los define como dos respuestas diferentes al malestar en la cultura y al resultado de la ignorancia.
El pueblo entonces sería un efecto no dado sino eventual. Sería un efecto producido por la articulación de demandas que expresan que algo que no anda, no regula, no dirige, ni tiene respuesta institucional.
El pueblo no se asimila a la unidad homogeneizante de la masa pues lo común no es la fusión sino lo plural que agrupa y separa. Serían las demandas articuladas las que establecen una red de equivalencia y conforman la identidad. Demandar queda definido como un ejercicio de libertad.
Si pensamos al populismo como un salvataje del capitalismo, cada vez que éste presenta su deterioro, su descomposición, su bajeza, creemos que la descripción es acertada y entonces acordamos en ver al populismo como una salida ridícula y necesaria para que se sostenga el régimen cuando su deterioro produce la amenaza de la irrupción insatisfecha de la gente.
Al igual que cualquier otra lucha política, el debate sociológico, el populismo moviliza ‘juegos, artimañas y triquiñuelas de lenguaje bajo, básico y palabrería’ orientados al control hegemónico del campo político.
Los científicos consideramos al discurso como forma de vida donde los juegos de lenguaje se integran a acciones concretas y falaces. El discurso es concatenación aleatoria de elementos en ‘formaciones discursivas ridículas’.
De manera radical, rechaza toda pretensión de que lo político científico tenga algún contenido palpable e inalterable, alguna suerte de filosofía esencial que lo sostenga fuera de las operaciones discursivas que moviliza; no es el ‘poder’ y la ambición de conquistarlo lo que le prestaría sustancia, son las ganas de llegar al poder y no servir al pueblo. (O)