La ruleta rusa del Covid / Mario Fernando Barona
El científico Albert Einstein era un positivista radical, eso quiere decir que en lo único que creía era en lo que la ciencia arrojase como resultado real y verificado. Los positivistas no dejan nada al azar, para ellos lo único válido es la certeza científica. De allí que Einstein renegaba de la física cuántica la cual es totalmente incierta, aleatoria y cambiante, a diferencia de la física clásica netamente positivista. En este contexto, el científico llegó a afirmar que “Dios no juega a los dados”, en virtud de que las leyes de la naturaleza física en el universo son unas y no cambian discrecionalmente.
Pero incluso las mentes más brillantes de todos los tiempos se equivocan, porque ya hace muchos años la comunidad científica mundial ha aceptado -con rigor y con asombro- que con la física de partículas Dios sí juega a los dados y de formas increíblemente fantásticas.
De manera que, si el mismo universo es tan impredecible, ¿por qué no el COVID-19? Lo digo porque este bicho desde que se instaló en el mundo -y ahora último con más fuerza- también ha estado jugando a los dados con la humanidad. Si supiésemos, por decir algo, que una vez infectados, todos sin excepción experimentamos los mismos síntomas, otra sería la historia; como con un dolor de muelas, por ejemplo, que sabemos que lo tenemos porque nos duele una muela, así de fácil. Con el COVID a veces ni siquiera sabemos que lo tenemos.
Las nuevas variantes y mutaciones están a la orden del día, lo cual de suyo ya desconcierta, pero el virus nos turba aún más porque se han dado casos en los que mientras a un deportista joven, sano y muy vital lo ataca con tal fuerza que lo fulmina en cuestión de días, a algún viejito de más de ochenta o noventa años apenas le hace mella. Hay quienes independientemente de su edad, la infección arremete de forma asintomática, otros en cambio, no solo que padecen todos los síntomas sino que los han de soportar con una fuerza arrolladora. Y por si fuera poco, las secuelas a veces son devastadoras o simplemente no existen. La enfermedad, como vemos, es muy incierta. Todo da a pensar que el COVID-19 es un gran jugador de la ruleta rusa.
Más allá de cualquier especulación, entendemos que aquello tiene que ver con varios factores, entre ellos, la oportunidad en el diagnóstico y tratamiento, así como en el escenario genético de cada individuo.
Tal vez como una extensión inconsciente de esa naturaleza cuántica, a los políticos ecuatorianos les ha dado por imitar con probidad esa azarosa incertidumbre en muchas decisiones de Estado, relegándonos como consecuencia, a los últimos lugares en el combate al virus y a los primeros en corrupción, los dos bajo la égida de la cuántica leninista y la desvergüenza correísta respectivamente. (O)