Tema antiguo y siempre nuevo / P. Fabricio Dávila
Dentro de la franja que permite emitir contenidos para personas con criterio formado, el domingo 4 de julio, TC estrenó y despidió el programa La Posta XXX. El experimento no dio buen resultado.
El formato de La Posta, permitido en internet, no pasó la prueba en televisión nacional de señal abierta. Todo lo contario, la discusión encendió las redes sociales, cuando Leonidas Iza, presidente de la Conaie, fue blanco, literalmente, de críticas fuera de sitio. Sobre una fotografía del líder indígena, colocada en el centro de un círculo, fueron colocados dardos hasta crear un acróstico identificativo de Iza con una “mala palabrota”.
Los autores de la sátira, no tardaron en reconocer el error, pero no fue suficiente. El resto de la semana, Vivanco y Boscán, fueron objeto de todo tipo de comentarios. La reacción nacional era previsible. El mismo presidente, Guillermo Lasso, tomo parte en la discusión y a través de la Secretaría de la Presidencia exhortó a sancionar a los involucrados.
Desde el otro lado la de medalla, los conductores del programa consideran que no hubo mala fe voluntaria, sino un exceso innecesario y esto no debió suceder, porque la irreverencia requiere al mismo tiempo responsabilidad. Lo sucedido abre nuevamente la vieja pregunta sobre los límites que debe tener la comunicación social.
En medio de este debate, la libertad de expresión adquiere especial relevancia. Este derecho ampara el ejercicio de los comunicadores para expresar y difundir; buscar; recibir y compartir información e ideas sin miedo ni injerencias ilegítimas. No obstante, ser libre, no significa decir cualquier cosa. Basta recordar lo que dice el gran filósofo español, Emilio Lledó: «La libertad de expresión se degrada si sólo sirve para decir tonterías»
La Posta y TC, han recibido un escarmiento. El debate debe ir más allá de este hecho puntual. La libertad de expresión surge de la libertad de pensamiento. A partir de esta premisa, cada uno es libre de expresar sus ideas y puede hacerlo a través del medio que mejor le sirva. Mas, los destellos momentáneos que producen las redes sociales impiden el pensamiento o lo anestesian.
La violencia en las redes sociales, en nuestro país y a escala global, nada tiene que ver con libertad de expresar ideas. Más bien es una señal para reconocer que el odio y la mentira se ha instalado en la sociedad como método para ganar popularidad o por lo menos notoriedad. Conviene recordad que no se puede decir todo lo que se piensa, pero sí pensar todo lo que se dice. (O)