La cárcel del tiempo / Luis Fernando Torres
Estuvo 68 años preso, desde los 15 años de edad hasta que cumplió 83. Cuando volvió al mundo libre lo hizo sin odios, maduro en todos los sentidos, y con todas las ganas de vivir. El tiempo cambió su rostro de niño por el de un anciano, pero no modificó su inocencia frente a un asesinato que no cometió.
En 1953, Joe Ligon, entró en prisión, por haber sido acusado de matar a un ciudadano durante los asaltos ocurridos, en Filadelfia, en una noche de borrachera. Nunca negó que estuviera junto a otros menores de raza negra, como él, esa noche oscura. Pero jamás admitió que hubiera cometido un crimen. Antes de cumplir los 16 años fue sentenciado a cadena perpetua.
No quiso beneficiarse del perdón que le concedió el gobernador del estado ni de las órdenes de libertad condicionales aprobadas a su favor. Esperó que se anulara la cadena perpetua, como, en efecto, ocurrió el 2020, después que, el 2016, el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró inconstitucionales las cadenas perpetuas para menores de edad.
Ni el cáncer que padeció en la cárcel fue motivo para que se apresurara a recuperar su libertad. Esperó hasta la anulación del 2020. “A mi me trataron muy mal como niño de 15 años”. Por esa razón quería que se anulara la decisión que le condenó a pasar 68 años de su vida en la cárcel.
Dice William Blake que el “tiempo es la dádiva de la eternidad”. En otras palabras, dado que en vida no nos está dado conocer la eternidad, la plenitud del ser y del universo, sólo están a nuestro alcance la sucesión de los días y las horas. Joe Ligon experimentó con intensidad esa sucesión del tiempo desde una celda y pudo avizorar algo de la eternidad que le está esperando, en los altos edificios de la ciudad, pues, las alturas de los rascacielos fueron lo que más le llamó la atención, cuando pudo caminar libre por las calles de Filadelfia.
El Tiempo pasa, transcurre, se va y se pierde. Heráclito sintetizó este fenómeno en una frase: “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Es que el agua fluye como el tiempo. Por ello, lo que ocurrió, ocurrió, con toda su singularidad, y no volverá a repetirse. La historia de JoeLigon muestra la velocidad con la que fluye el tiempo, inclusive para alguien que está dentro de la cárcel contabilizando los días y las horas. (O)