Ciudad con boleto de ingreso / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

Reservación, boleto de entrada y pasar por un torniquete, se necesitarán para ingresar a Venecia a partir del año 2022. Sin el pago de 6 o 10 euros, dependiendo del día, los turistas sólo podrán repasar en su mente las imágenes de los canales, los pasadizos y las torres de la emblemática ciudad con los que Shakespeare construyó su monumental obra, El Mercader de Venecia. Solamente los 51.000 residentes y los que se hospeden en los hoteles estarán exentos del boleto de entrada. A principios de la década de los años setenta había casi el triple de residentes. 

El temor a que se le coloque a la ciudad en la lista negra del patrimonio cultural, es la principal razón por la que el Municipio veneciano decidió restringir el acceso. La Unesco le había dado un ultimátum el 2016, ante las consecuencias provocadas por los 28 millones de turistas que estaban ingresando, anualmente,  a la ciudad y los centenares de cruceros que navegaban por sus principales canales.

Los residentes están divididos ante la decisión municipal. Unos la apoyan y otro no. Los críticos alegan que Venecia no debe convertirse en una ciudad museo o en una especie de parque de diversiones culturales. Por lo pronto, el jefe del gobierno de Italia, Mario Draghi, ha prohibido que los cruceros se acerquen a la Plaza de San Marcos.

No existe otra ciudad en el mundo con boleto de entrada, a pesar de las masas humanas que se mueven por las veredas y las interminables hileras de vehículos en las calles. Y la razón de ello es simple. Resultaría imposible restringir el ingreso con torniquetes y cámaras en vías peatonales y en carreteras.  En la antigua Venecia, por su especial configuración, sí es posible que se exija el boleto, aunque sea discutible su procedencia jurídica en la Unión Europea del libre tránsito de personas.

El mensaje del Municipio veneciano es interesante para que se proteja no sólo el patrimonio cultural e histórico de una ciudad sino la buena calidad de vida de los residentes frente al influjo incontenible de personas y vehículos procedentes de otros lugares.

Jorge Carrera Andrade, en su poema La Soledad de las Ciudades, dice que “la ciudad tiene apariencia mineral” con la “soledad nutrida de (…) ciudades”. 

Con tanta gente y tantos vehículos, en Ambato la soledad no se siente. Sin embargo, el ruido, la contaminación, la inseguridad y la proliferación del comercio ambulatorio, constituyen la expresión de una baja calidad de vida.     (O)

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