Integridad e ideologia: imaginario imponderable / Guillermo Tapia Nicola
La impronta de la honradez, vale decir, ese rasgo peculiar y distintivo que una persona deja en sus obras y que la diferencia de otras, no pasa por ideologías, imaginarios ni imponderables. Cohabita y se proyecta, a codazos, entre la tecnología y el arte de birlibirloque.
Tan lejos ha quedado la educación formativa en valores.
No obstante que la ideología siempre se impone a la mentira, la corrupción o a la escasa preparación del político, el aprendizaje con el ejemplo, la ética, la moral y la cívica, suenan a música de otra época. Hoy se insiste en una suerte de regeneración valorada y pletórica de mercancías -ajena a la utopía- y más bien afincada en la forma oculta del camuflaje.
De forma mágica, en breve tiempo, sin mayores esfuerzos, se superan carencias y la inicial pobreza tórnase suficiencia y riqueza. Inexplicablemente surgen cargos, viajes, y las emociones de los «negocios» devienen en propiedades e intercambio de información y residencia. Hasta ahí, no hay mucho de misterio. El problema se hace evidente el momento de la confrontación de los haberes y la necesaria explicación de las fuentes y los recursos extraordinarios que dieron pauta a ese repentino cambio. ¡Entonces, la honradez se vuelve mito!.
Las personales creencias y modos de pensamiento que conducen a la explicación y al cambio del mundo en donde vivimos, conocidas como ideologías, están tan venidas a menos que, sobran ejemplos de señalamientos peyorativos sobre ellas. Pero no obstante esa negación, rápidamente se vira página y se pasa a la afirmación. Algo raro nos sucede. ¿Es que acaso no importa saber qué los valores se transmiten, mantienen y cambian por intermedio de las ideologías?.
Lamentablemente en el imaginario colectivo hay mucho de presunción y que me importismo, de manera que a lo inestimable y extraordinario no se le adjudica el real valor que le corresponde.
La honestidad se queda mas bien en las estribaciones del pensamiento, muy cerca del sentimiento y hasta diría que aprisionada en la pasión y en el deseo. Y tenemos el deber de hacer que aflore, que subsista libremente y se exprese a plenitud en la ciudadanía y que, su ocultamiento, manipulación y transgresión se identifique, persiga y sancione.
Albert Camus refería, que no cabe conformarse con grandes y bonitas declaraciones de principios. Conviene advertir, con honestidad, que “la libertad no está hecha en primer lugar de privilegios, está hecha sobre todo de deberes” y estos, se están dejando de lado porque importa más la demanda que la obligación. Siendo consecuentes con nosotros mismos, pensando en el País, y lo que podemos hacer por él, siempre deberemos escoger la libertad frente a la justicia, porque sin libertad no hay justicia.
Basta de corrupción, chantaje e inocencia cotizada. (O)