Descartes estuvo equivocado / Mario Fernando Barona
“Pienso, luego existo”. El gran filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650) acuñó esta expresión que se ha popularizado desde hace más de tres siglos y que hoy en día a pesar de ser muletilla tanto en formales discusiones filosóficas como en sobremesas familiares, peca de falsedad absoluta.
Resulta que esta célebre máxima era parte de un tratado que defendía la idea del dualismo (que la mente y el cuerpo son entidades independientes). Para nosotros es fácil y hasta obvio establecer esta distinción porque solemos interpretar el pensamiento como algo exclusivo del cerebro, pero desde hace varias décadas innumerables estudios científicos confirman que el acto de pensar involucra al cuerpo entero, de hecho, sin la intervención del cuerpo, la mente sería incapaz de generar un sentido del yo, de procesar emociones o de plantearse conceptos elevados sobre el lenguaje y las matemáticas. Lejos de ser solo carne, resulta que el cuerpo se acaba convirtiendo en el cerebro. Por lo tanto, con vuestra venia y las respetuosas disculpas a Descartes -con lo que representa semejante monstruo de la erudición- he de refutarlo, porque, como queda demostrado, si alguien dice existir, no puede hacerlo sin prescindir de la materia, el solo pensamiento es nada.
Ahora bien, una vez establecida esta nueva realidad que desmorona completamente la de marras (aunque aún seguirá vigente por un buen tiempo, no lo dudo), debo confesar que me gustaba más la dualidad por una sencilla razón: se me revuelve el estómago saber que al ser también el cuerpo y no solo la mente los generadores del pensamiento, no estaría nada equivocado aquel que afirme: “piensas con el culo”, “hablas con el hígado”, “me nace de las entrañas”, “lo digo de corazón”, entre otras.
Pero nos guste o no hay que darle crédito a la ciencia; de hecho, modestamente me permito aportar en su nombre más pruebas irrefutables de que efectivamente hay gente, como nuestros asambleístas, que “habla visceralmente y hasta por los codos” por lo que a muchos de los cuales sólo hay que escucharles hacer un enorme esfuerzo por hilar una frase sin sentido; o a otros, defender con vehemencia a delincuentes, callar sus propias picardías e inventárselas con malicia a terceros; y a varios más, quienes sin vergüenza disfrutan de cobrar diezmos y hacer negociados.
A esta gente hay que reconocerle su efectiva contribución a la ciencia al confirmar con sobra de méritos que piensan con cualquier parte de sus cuerpos menos con la cabeza, solo así existen. Por eso, Descartes de haber conocido todas estas joyas, seguro cambiaba su máxima de “pienso, luego existo” por “la cago, luego existo”. (O)