Votar con los pies / Luis Fernando Torres
El contribuyente rico tiene el olfato tan desarrollado que suele moverse de una jurisdicción a otra dependiendo de la tarifa de los impuestos. Para explicar esta conducta se desarrolló el modelo tributario Tiebout, según el cual el contribuyente “vota con los pies” moviéndose, sin pensar dos veces, a las jurisdicciones que le resultan más convenientes por los impuestos más bajos.
Cuando se suben los impuestos, con el argumento que gravarán a las mayores fortunas, los ricos se mueven, dejando como contribuyentes fijos a quienes no pueden votar con los pies, es decir, no pueden desplazarse a otra jurisdicción, porque sus rentas provienen, generalmente, del trabajo y, en consecuencia, se encuentran más controlados.
Precisamente para evitar esas fugas tributarias, en la mayoría de países se ha optado por eliminar los impuestos que gravan la riqueza y el ahorro, conocidos como impuestos patrimoniales. En su lugar, se ha puesto énfasis en los impuestos sobre los flujos de rentas, ganancias e ingresos.
En la reforma impositiva que se debate en el Ecuador se propone algo obsoleto, el impuesto al patrimonio. Y, en cuanto a los impuestos a los ingresos, se trata de cobrar más a los contribuyentes que no pueden votar con los pies, para desplazarse a otra jurisdicción, como ocurre con los profesionales, los asalariados, cuyas rentas provienen del trabajo, convirtiéndose en las víctimas indefensas de la voracidad fiscal.
Que no importe el impacto de los impuestos porque el universo de tales contribuyentes sea el 3,5%, 5%, 10% o algo más, es una falacia de los que no comprenden que allí están cabezas de familia, con capacidad de gasto para demandar y, así, contribuir a la reactivación de la economía.
Los efectos de las alzas impositivas no necesariamente suponen recaudaciones mayores. Con la curva de Laffer se demostró que un significativo incremento de las tarifas tributarias no genera ingresos públicos mayores sino menores. Bajo esta premisa, lo más saludable es que la gente utilice sus recursos para dinamizar la economía, en lugar de entregarle al Estado para que decida como gastarlo.
Los impuestos se justifican en la medida que sirven para financiar las funciones esenciales del Estado. La tragedia es que se han multiplicado tanto las funciones estatales que los impuestos se emplean hasta para financiar festivales de la alegría.
Con tantos errores de concepto y de aplicación, el proyecto de Ley tributario no debe ser aprobado en la Asamblea en los términos enviados por el Ejecutivo. La Asamblea debe actuar como filtro ciudadano.