Del miedo al pánico / Klever Silva Zaldumbide
El miedo es una emoción básica y positiva, pero mientras forma parte de nuestro equipo de herramientas para la supervivencia. Es el nombre que le damos a nuestras incertidumbres, el desconocer, por ejemplo, respecto a lo que en nuestro entorno nos pueda amenazar y que no podamos controlar. Va desde un simple recelo hasta el propio pánico, llegando a anular la autonomía de un ser humano.
Las sensaciones asociadas al miedo no acostumbran a estar asociadas al placer, sino más bien al contrario: el miedo es producido como una respuesta fisiológica que aparece cuando estamos bajo amenaza de nuestra seguridad o nuestra vida.
Con lo que estamos viviendo día a día en todos los rincones de nuestro, otrora, pacífico país, robos, asaltos, balaceras y más, nuestros procesos mentales, utilizando la suposición y la imaginación, están cargados de zozobra, intranquilidad, preocupación, incertidumbre y angustia.
Como nunca antes, en toda la vida republicana, en los repetitivos ciclos de bonanza-crisis, en este último quindenio se consintió desatarse el mayor índice de descomposición social y judicial.
Compartiré una ráfaga de pensamiento del ex presidente francés Nicolás Sarkozy:
«Hoy hemos derrotado la frivolidad y la hipocresía de muchos intelectuales progresistas. De esos que el pensamiento único es el del que todo lo sabe y que condena la política mientras la practica. Desde hoy no permitiremos mercantilizar un mundo en el que no quede lugar para la cultura: desde 1968 no se podía hablar de moral. Nos impusieron el relativismo: la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes. Nos hicieron creer que la víctima cuenta menos que el delincuente. Que la autoridad estaba muerta, que las buenas maneras habían terminado, que no había nada sagrado, nada admirable. El eslogan era vivir sin obligaciones y gozar sin trabas. Quisieron terminar con la escuela de excelencia y de civismo. Una izquierda hipócrita que permitía indemnizaciones millonarias a los grandes directivos y el triunfo del depredador sobre el emprendedor. Esa izquierda está en la política, en los medios de comunicación, en la economía. Le ha tomado el gusto al poder. Dejaron sin capacidad a las fuerzas del orden y crearon una frase: se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud. Los vándalos son buenos y la policía es mala. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente el inocente. Defienden los servicios públicos, pero jamás usan transporte colectivo. Aman mucho la escuela pública, pero mandan a sus hijos a colegios privados. Firman peticiones cuando se expulsa a algún invasor, pero no aceptan que se instalen en su casa. Son esos que han renunciado al mérito y al esfuerzo y que atizan el odio a la familia, a la sociedad y la república. Hoy debemos volver a los antiguos valores del respeto, de la educación, de la cultura y de las obligaciones antes que los derechos». (O)