Recuerdos invalorables / Jaime Guevara Sánchez
La celebración del Día del Niño tiene la virtud de estimular la memoria, rescatar experiencias hermosas de la vida, sobre todo, si en aquellos episodios participa un niño.
En el barrio donde yo vivía, apareció una pareja joven que compró una vivienda, dos casas más debajo de mi morada. Tenían un hijo, un carro. Era lo visible a la distancia. Padres e hijo salían por la mañana al trabajo, retornaban muy tarde en la noche. Algún tropiezo muy esporádico permitía el saludo diplomático. En resumen, no hubo oportunidad de hacer amistad.
En el transcurso del año, se notó que el embarazo de la señora iba creciendo. Los rumores infaltables mencionaban que ya había ocurrido el nacimiento. Daban ganas de conocer a la familia. Sin embargo, no se encontraba manera de hacerlo por lo que los vecinos yo no son lo que solían ser. el tiempo pasa.
Una noche, de vuelta al trabajo, encontré en mi buzón esta invitación: “Edward y Lila Brown le escriben. Para anunciar el nacimiento de nuestro segundo hijo Max Lincoln Brown, y para invitarle a la celebración de su nacimiento en nuestra casa, el domingo 2 de mayo de 1992, a las tres de la tarde.
En razón de que Max crecerá aquí, queremos que él conozca a sus vecinos y se sus vecinos le conozcan a él. Habrá un breve servicio religioso, despues se servirán refrescos. Por favor venga con ropa cómoda, ropa de domingo tarde. Traiga una pequeña muestra sentimental, un regalo de bienvenida, lo guardaremos cuidadosamente. Max lo recibirá cuando cumpla veinte años, será el camino ideal para conectarse con sus orígenes. El regalo podría ser una flor de su jardín, una fotografía del vecindario, o simplemente una nota que diga: Hola Max, te deseamos lo mejor. Nada ostentoso. Gracias por venir.”
La alegría dominó la recepción: saludos, presentaciones, entrega de los ‘regalitos’. Para el cierre del bautizo, los Brown nos pidieron ‘repasar’ estas líneas: “Nosotros, los vecinos, amigos y la familia bendecimos a este niño, a sus padres y a su hogar. Que Dios nos bendiga a todos.”
Nos congregamos en el jardín. Llegó el sacerdote, explicó la ceremonia que iba a realizarse. Reverentemente escuchamos las frases pronunciadas el momento de ‘regar’ el agua a Max: “El agua es el símbolo más antiguo de la vida, es una metáfora de vitalidad, porque sin agua no hay vida. En nombre de esta comunidad recibe esta muestra del torrente de la vida.”
El caballero más canoso del barrio agradeció la invitación: “Gracias, Max. Vinimos a bendecirte, y eres tú quien nos ha bendecido a nosotros.”
Este recuerdo querido es mi homenaje a los niños. (O)