Desgracias de fin de año / Mario Fernando Barona
Frente a desgracias que habrían podido evitarse, poco es lo que se puede hacer. Lamentarlo es tal vez el recurso más obvio, inmediato y humano cuando los hechos están consumados, y que fue justamente lo que hicimos miles de indignados ambateños al ser testigos de varias desgracias ocurridas en una sola noche en esta ciudad, la noche de Fin de Año.
Para comenzar, las lastimeras imágenes de un video que circuló por redes sociales en el que al parecer en el sector de Ficoa un chico es atacado cobarde y despiadadamente por otros mientras este yacía tendido en la fría calzada. Patadas en el rostro y cabeza no cesaron aún siendo evidente su inmediata inconciencia.
Esa misma noche y en ese mismo sector, la ciudad fue noticia nacional por el desacato a las disposiciones del COE que prohibía las aglomeraciones, las cuales, a decir de los moradores, sobrepasaron en mucho a las de años anteriores con monigotes y sin COVID. Además, y como si todo esto fuera poco, el consumo de licor y seguramente de drogas desató una orgía de indecencias en plena calle cuando muchachas adolescentes sin pudor ni vergüenza anduvieron en toples, bailaron al son del reguetón sobre los carros e incluso alguna por allí practicó sexo con desenfreno. Sí, perdición y perversión total.
Quienes vivimos en Ficoa podemos asegurar con conocimiento de causa que esto no es nuevo, es decir, lo que pasó el Fin de Año simplemente fue lo mismo de siempre multiplicado varias veces, lo cual hace que ya estemos bastante acostumbrados a lamentar no solo los bochornosos hechos de fin de semana sino el que las autoridades que son quienes deben impedirlos, evitarlos y corregirlos no lo hagan, ¿quiénes sino ellas para hacer respetar nuestro derecho a vivir en paz y a no convertir la ciudad -una y otra vez- en una Sodoma y Gomorra?
Es más, ¿qué se puede esperar de algunos hogares (pareciera que no son pocos) con escaza o nula autoridad moral para educar y guiar a los suyos? Pues, justamente desgracias como esta, porque sin duda fue este tipo de gente la que provocó el zafarrancho esa noche: jóvenes sin moral ni decencia ni respeto por nada. Seamos realistas, no podemos pedirle al árbol torcido que enderece y tampoco es prudente abrigar esperanzas de grandes transformaciones solo con acciones complementarias como charlas y conferencias, por lo tanto, lo primordial y urgente es que si esos muchachos no saben (o no quieren) comportarse como es debido en comunidad, un tercero con autoridad y mano firme debiera ponerlos en horma y hacerles saber que a la ciudad se le respeta.
Ya no queremos seguir lamentando más desgracias, queremos sentirnos respaldados por autoridades con actitud y liderazgo. (O)