Aportemos a la vida / Jaime Guevara Sánchez
Aristóteles decía que el hombrees, por naturaleza, «un animal social». Y así es. No ha sido creado para estar solo, necesita de la compañía de otros seres, vivir en sociedad. El cristianismo dio un paso más en este sentido, insistiendo en la vida en comunidad, fraternalmente; dando incluso mayor valor al prójimo que a sí mismo. ¡Que lejos estamos de esas máximas!: el yo egoísta que habita en el ser humano, al que Freud denominó superego, crea límites poderosos.
Necesitamos relacionarnos, comunicarnos con otras personas. Sin embargo, el encuentro con uno mismo, también es indispensable.
Fray Luis de León, en su «Oda a la Vida Retirada» escribió estos hermosos versos:
¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!
Los expertos en economía hablan de «bienes escasos», pero no lo hacen de «valores escasos»; no se ocupan del alma, no es su tema. La meditación es uno de esos valores precarios, que no cotiza en bolsa ni se adquiere en el supermercado ni se anuncia en la televisión. Pero es una necesidad del alma que el ser ha de buscar por la «escondida senda», huyendo del mundanal ruido.
Vivimos en una sociedad emotiva. Las emociones irrumpen por doquier. La paz y el silencio hogareños de antaño son ya añoranzas. Han sido sustituidos por una invasión de novedades tecnológicas, de éxitos y fracasos en la política, en las finanzas.
No importa los atributos o los «peros» que presentan los marchantes del mundo, la existencia es el milagro maravilloso que merece vivirse intensamente, positivamente. Lo importante es el aporte que a este mundo contribuya cada individuo. Si esa participación es enteramente constructiva, entonces la herencia es histórica, enriquecedora… aún después de que caiga el telón del acto final. (O)