Civilizados / Mario Fernando Barona
¿Qué es para usted ser civilizado? Lejos de conceptos académicos, dogmáticos o formales, un ser civilizado es aquel que ha superado lo que llamaríamos una “coexistencia cavernícola” o sea una vida sin reglas o estándares elementales, una convivencia sin respeto al prójimo y con un nivel de educación y/o cultura nulo o muy escaso.
Pues no. Para la antropóloga y poeta estadounidense Margaret Mead (1901 – 1978) ser civilizado es bastante menos enredado que eso, pero a la vez mucho más sensible y humano. Para entenderlo mejor, le invito a leer a continuación una anécdota suya tan explícita como interesante respecto al tema.
Una estudiante le preguntó a la antropóloga Mead cuál consideraba la primera señal de civilización en una cultura. La estudiante esperaba que la profesional hablara de anzuelos, cuencos de arcilla o piedras para afilar, pero no. La maestra dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua es la prueba de una persona con un fémur roto y curado.
Mead explicó que en el resto del reino animal, si te rompes la pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a beber agua o cazar para alimentarte. Te conviertes en carne fresca para los depredadores. Ningún animal sobrevivie a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se curó es la prueba de que alguien se tomó el tiempo para quedarse con el que cayó, curó la lesión, puso a la persona a salvo y lo cuidó hasta que se recuperó. “Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización”, dijo Mead.
Eso significa que al ser bastante habitual en nosotros ayudar a alguien cuando atraviesa una dificultad tomándonos el tiempo para cuidarlo y ponerlo a salvo, todos aportamos a diario en la construcción de una sociedad un tanto más civilizada que el día anterior. Los humanos entonces, por el solo hecho de serlo, tendemos intrínsecamente a la civilización.
Pero no todo es color de rosa. El proceso de civilización es como construir un imponente castillo de naipes al que dedicamos interminables horas de esfuerzo, paciencia y cuidado mostrándose tan vulnerable que un pequeño soplo, roce o empujón de algún ‘mono rasurado’ (léase incivilizado) podría derrumbarlo, como ya lo hemos atestiguado en innumerables ocasiones con los soplos que expelen los políticos corruptos, los roces que porvocan quienes los apoyan y los asnales empujones que han acometido delicuentes comunes, narcoterroristas, religiosos, traficantes de organos y personas y muchos, muchos más. A todos ellos, boicoteadores de la civilización, hay que procurar tenerlos alejados del gran castillo civilizador. (O)