Prevención y malestar. / Guillermo Tapia Nicola
Prevenir, aún a despecho de quienes opinen en contrario, no es mas que anticiparse en el tiempo para evitar el impacto de aquello que se teme que ocurra. En este sentido, acciones que se instrumenten, para prepararse y actuar con antelación a posibles acontecimientos, desastres, fenómenos, virus, pandemias, imponderables e impasses, aunque suene a candidez, no es tal. A mi juicio, responde a una solidaria actitud inicial, preparatoria, si cabe la reiteración, encaminada a tener una capacidad de respuesta que viabilice -incluso- la resiliencia.
Cuando escucho comentarios displicentes sobre decisiones adoptadas o anunciadas, direccionadas a garantizar, por ejemplo, la provisión de vacunas, para completar la inmunización total de los ecuatorianos, me parece que son más bien intentos desesperados para “cuestionar lo que fuere”, con tal de asomar la cabeza fuera del cuello. Lo digo, con el respeto que merece la opinión ajena y luego de escuchar voces de quienes, superando la pandemia, dan gracias de estar con vida merced a la inmunización que, aunque no evitó el contagio, influyó decisivamente para que el virus no actúe invasivamente sino de forma atenuada y superable.
Ellos, los sobrevivientes, a diferencia de los críticos acérrimos de las medidas o de quienes se aferran a la negativa de vacunarse, reconocen -como la gran mayoría de los pobladores- el trabajo gubernamental realizado, la provisión de vacunas y el proceso ordenado de inmunización nacional, considerando grupos etarios y vulnerabilidades.
Más aún, el hecho de pretender instalar en territorio patrio un laboratorio que produzca por lo menos, una de esas tipologías de vacunas contra el covid 19, como parte de la agenda de relacionamiento internacional, debe ser visto como un esfuerzo en bien de la salud nacional y una posibilidad cierta para generar, en breve tiempo, quizás otros tipos de vacunas, indispensables para proteger a niños, jóvenes y adultos de afecciones virales, tan comunes o de tan reciente aparecimiento que han demandado respuestas urgentes e imposibles de acometer localmente, desde la virtual desaparición del Instituto Izquieta Pérez.
Tan efectivas han sido las inoculaciones que, han dado paso a las protestas gremiales de trabajadores, quienes sin ni siquiera inmutarse frente al posible contagio, han dejado escuchar sus gritos y sus demandas.
Me pregunto ¿será malo tener al alcance de la mano vacunas para evitar, prevenir o controlar los males virales? ¿será que debemos despreciar los empeños que se hagan para su consecución?
Coincidiremos en que no, porque incluso los que protestan -con o sin razón- y agitan carteles y exigen correctivos y hasta descabezamientos, aunque de primera mano no se adviertan los perjuicios que se afirma haberlos movilizado, en el fondo, aplauden lo que se ha hecho y dan gracias -a regañadientes- de ser también beneficiarios de ese esfuerzo por la salud, la protección y la vida.
El refrán que nos revela que “no hay peor ciego que el que no quiere ver” se cumple inexorablemente, tanto como aquel otro que insiste en que, “el éxito, no viene para todos en iguales condiciones, ni en diplomas, títulos o desde la academia”, sino que es parte de ese sentimiento y el vigor de superación personal que hace que, cada uno brille desde su propio ser.
Concebir que somos seres pensantes, deliberantes y entendemos el mundo de diferente forma, es Impulsar actitudes y virtudes, y canalizarlas para que alcancemos la mejor versión de nosotros mismos.
Hay mucho por hacer y, decisiones apresuradas no han sido las mejores consejeras para generar certezas y abonar en seguridades; pero, hay que sumar fuerzas, en defensa de valores y principios en los que coincidimos y son innegociables, si realmente queremos mantener y mejorar un sistema de gobierno que privilegie las libertades y los derechos, y condene los abusos y las corruptelas que se cuelan hasta por el rabillo del ojo y se escapan de la mano de la justicia.